viernes, 25 de octubre de 2019



Después de las cobardes amenazas que he recibio a través del teléfono (decían ser de la policía: "para confirmar..", "para confirmar", insistían, ante mis preguntas... ¿confirmar qué?, ¿los vídeos colgados por mi en el Face, donde se ve con claridad la brutalidad y falta de escrúpulos policial en Catalunya.?), pues después de eso, he encontrado este texto, quizá relajante, algo pretérito, de "mi"  querida y antigua bodega. Deseo que os guste, y, más adelante, MÁS, Y MÁS. Es sólo un respiro.
Saludos. Y salud.


2, mayo, 2015 
Bodega Paricio
   

A través de los toneles, imprevisiblemente, veo un rostro fugaz; rostro rosado, ya anciano, cráneo clásico, honesto, rostro visigodo. 

Todos los rostros del mundo tienen su encanto, su mística, su atemporalidad o su gloria histórica.  Somos proyectos –en parte- de una futura paleontología que está a la vuelta de la esquina mucho más de lo que pensamos.

Este rostro, cabeza clásica como ya digo, es tal vez esa mezcla racial centroeuropea de la que seguramente procedemos la mayoría, y que va desde el mar del norte hasta el sur del Mediterráneo. Somos síntesis de un universo cambiante y estático a la vez.

Él, es el fundador y la imagen visible/recordada de una parte de la ciudad asociada  al ocio, a los instantes lúdicos o moderadamente báquicos y dispersos del fin de semana, o de esas horas semanales en el final de la mañana, ese instante cuando la tarde empieza joven, impoluta; ese instante cuando la tarde muere y la noche comienza, también joven, limpia y aparentemente preñada de posibilidades que casi nunca son posibles posteriormente.  La vida es, entre otras muchas cosas, eso: un mar de posibilidades normalmente poco probables.

Él, conociendo el entorno, su entorno, ha mirado un instante por el hueco que dejan los toneles, sus toneles (son suyos; suyos por vividos, asimilados… Una vida casi entera,  o toda una biografía,  quizá sea lo que da la propiedad de lo propio, quizá más que las mismísimas escrituras), y a través de ellos ha visto el mundo de un domingo  cualquiera. Y a través de ellos tal vez me ha visto a mí, y yo a él, pues ambos somos el mundo –una fracción de él-, una ínfima y consolidada parte del mundo.
 
El mundo, a veces, como ya es sabido, son dos o más miradas que  se cruzan y se intercambian información sobre el mismo; miradas que se reconocen y también, en otros casos, se rechazan.  El mundo, entre millones de cosas, situaciones y probabilidades, es un constante reconocimiento, rechazo o aceptación de los instantes más fugaces.

Pero eso, todo eso, ya lo sabe usted –quien sea- perfectamente.  Yo, aquí, tan sólo estoy pasando un rato.

jueves, 10 de octubre de 2019




Hace un tiempo que no escuchaba música; quizá mucho, pero parece una eternidad.

Paseando por la gran avenida, la “avenida” Por antonomasia, he llegado a la plaza del centro de la ciudad, y allí estaba el piano; un piano tocado por un joven compositor de esta misma ciudad: José Craem.

Sólo pretendía pasear.  Sólo deseaba evadirme sin pensar en nada; eso, sí, dejar descansar el cerebro y dirigirme, como se dice, adónde las piernas me llevaran.  Pero éstas me han llevado frente al pianista, el cual se encontraba en plena actuación.  He quedado de inmediato absorto (a pesar de mi pertinaz escepticismo que, ya no cree en casi nada…), mirando sus manos, escuchando el prodigio de su inspiración aprendida y, viéndolo disfrutar como tal vez yo, en no muchas ocasiones, he gozando tanto de la propia pintura; bueno, tal vez fue en aquellos años gloriosos de los 90.  Sí, recuerdo no haber pisado tierra al menos, todo el verano del 94.  Qué lejano queda… Seguramente todas las ninfas urbanas, dignas de llamarse tales, estaban conmigo y asimilaban mis silencios y soledades agonizantes.
Hoy, en este momento, el piano sigue teniendo la fuerza y todo el lirismo que hemos conocido con los románticos; Chopin, Mozart, Schubert, Friedric, Mendelson, Liszt… etc. Luego, creo que pasé de estos clásicos mencionados a los pianos (a veces excesivamente edulcorados) de los compositores contemporáneos europeos y norteamericanos de la música de “la Nueva Era”. La primera vez que escuché a Enya, con piano, gaitas celto-irlandesas y más, fue en aquella época de principios de los 90.

Hoy, ahora, escucho este piano de José Craem, que creo que es muy bueno y, de nuevo, casi me hace soñar, con cierta dificultad; y me hace pensar en ti, siempre en ti, aunque no lo creas; y también, aunque lejanamente, en todas las ninfas/mujeres que he amado y –ay-, tal vez amaré…
¿Todavía?

domingo, 6 de octubre de 2019


Me encuentro con una amiga que es unos años mayor que yo.  Me alegro. Al poco de unos mutuos comentarios dispersos me habla de su ordenador, creo que de “mis documentos”,    que se le ha comido unos textos y ahora no los encuentra.  Todo esto me lo explica con profusión de detalles hasta que, casi sin darnos cuenta, resulta que hemos dado dos o tres vueltas a la misma manzana del barrio.  Para no parecer desagradable ni desatento le comento que mi ordenador, que es nuevo, también hace cosas raras y salen constantes “informaciones”, no solicitadas, y con pitidos y advertencias de que tengo seis virus… y que la cosa es grave y hay que solucionarla urgentemente. Todo esto con un lenguaje semitécnico/semi”colegui”.  Pero percibo, no sé por qué, que a pesar de ser educado con ella apenas me escucha.

A todo esto llegamos cerca de una cafetería/bar/restaurante en donde pretendo quedarme solo, aunque no lo digo directamente. Nos despedimos. La tarde es cálida, liviana, otoñal, obvia, con sus calles recién iluminadas que inauguran la noche, una vez más, entre bustos/pechos desmedidos, piernas increíblemente prolongadas y cabellos eternamente navegantes y navegables  (la erótica del cabello siempre me ha fascinado. Esto, creo que ya lo he anotado más de una vez).  En todo caso, y sea lo que fuere, la tarde, es una tarde-noche para amar, algo tan antiguo y sencillo como para amar y ser amado incondicionalmente hasta el amanecer y… mucho más allá del amanecer.

Entro en el café/bar/restaurante/etcétera, y, hay, en su interior, una relativa tranquilidad inesperada en todos los parroquianos que miran a un punto fijo como narcotizados. Me doy la vuelta y veo, a mis espaldas, un gran televisor en donde retransmiten  un partido de futbol.  Dudo, levemente, y decido sentarme.  Saco la libreta y la pluma y ahí las dejo, solas, a la intemperie de la mesa. Todo es confuso y tranquilo a la vez.  Elevo la cabeza y me pongo a mirar el televisor, que está con un volumen inusualmente bajo.  No sé quién juega, ni me interesa.  Al poco, de no ver ni escuchar el televisor, ya sé, remotamente, que he entrado en otro mundo, pero esta vez desde la indiferencia absoluta. Aunque no se cual.
 











Óleo y técnica mixta sobre lienzo (detalle). Conjunto  200 x 130 cm.
sobre 2015, aprox.

miércoles, 2 de octubre de 2019




Hace calor todavía. Un calor que presagia inminentes e inestables días venideros que ya casi están aquí.

A veces, por la mañana, cuando voy al gimnasio (¡gran innovación en mi vida, esto del gimnasio!)  a las nueve, ya siento frío y resulta, que yo, quiero evitar a toda costa que regrese el “frío” a mi interior.  Pero todas estas mañanas –recién estrenadas para mí- me traen rumores certeros de la dualidad rotunda de una vida, de la múltiple drasticidad de los distintos compartimentos existenciales en los que uno transita.

Salgo a la calle, ya al atardecer, sin la idea y la esperanza de ver belleza y, mucho menos poder acceder a ella por un momento.  Rara vez me encuentro con alguien.  No hace mucho todavía en que, periódicamente, me encontraba con alguna remota amiga y, entonces, cruzábamos un intercambio de palabras que, por regla general, siempre eran gratificantes.  ¿He cambiado de registro –en poco tiempo- en el modo de percibir la cotidianidad de la vida?  Rotundamente creo que no. Tal vez no he asumido, inconscientemente, esta dejadez que me aleja del mundo de la pintura; esta autocensura que también me aleja del universo de la lírica femenina; este no asumir -¡ni querer asumir!-  que, como se dice por ahí “todo son etapas” y, esta situación presente tal vez sea una nueva ventana que deberé asumir…

Pero no.  No asumo nada, absolutamente nada que me prive, por ejemplo, del viento, del aliento profundo, de la mirada (¡ay, la mirada!…), de la vida breve, muy breve, pero sí, de la vida desgarradoramente intensa.

martes, 1 de octubre de 2019


Bosques de Asturias; largos bosques desde el tren. Reminiscencias de recuerdos infantiles, adolescentes, familiares: Una larga familia por parte de mi  padre.

Esta tarde, a través de la ventanilla, puede verse las casi perennes nieblas del norte.  Vamos en dirección a Cantabria, muy cerca del mar. Playas semisalvajes y más bosques que terminan en el Cantábrico.

Se intuye ya el otoño, lo siento dentro de mí. ¿Cuándo regresaré a esas praderas cercanas a Oviedo: Bendones, Naves, Tudela-Veguín …?
Hubo, a `”pesar de todo”, de hoy en día, unas generaciones épicas en las cuencas mineras del 34 del pasado siglo: La revolución de Asturias.  Pero el poder absoluto del gran Capital y, ahora, el actual neoliberalismo, han borrado la historia, su recuerdo, todo.  Nadie, en el campo de la economía y las reivindicaciones ha perdonado nunca a su enemigo y, el enemigo de la burguesía asturiana, española y republicana, obviamente eran los revolucionarios asturianos -entre otros-. La historia se vuelve a repetir hoy en día, pero más cruelmente sofisticada por casi todo el planeta.

Es muy probable que no vuelva a esa melancólica región del norte peninsular, y si vuelvo puede que sea en uno de esos viajes (casi improbables en mí) de turisteo que, emotivamente me descolocan y no me interesan.  Y además: la Asturias del Principado, la Asturias roji-gualda, o la de Don Pelayo, tampoco ya me interesa, políticamente hablando.


martes, 24 de septiembre de 2019


Siempre he odiado los gimnasios, quizá sin saber por qué.  O eso creo. O eso creía.  Siempre los he visto como lugares cerrados destinados a sufrir y exhibirse un rato con mucho postureo.  Llevo dos días yendo a uno y la cosa no está tan mal como yo pensaba, ya que llevaba diez meses sin hacer deporte (en los circuitos del parque grande, al aire libre, al frío y al sol)  y, ahora, ya casi al límite, estaba con una inquietud que me subía por las paredes.

No obstante, los gimnasios son, cuando menos, lugares peculiares donde se puede observar mucho, aunque cada uno/una va a su historia con una disciplina que casi emociona: La bici estática, las cintas para correr, las espalderas y, un artilugio (no sé cómo se llama) para el desarrollo de los bíceps que, cuando he acabado, me ha dejado literalmente temblando los brazos.

Mientras observo a mis compañeros descubro, quizá por instinto, un nuevo artefacto (entre otros muchos…) que también parece propicio para la tortura.  Consiste, así mirado y explicado burdamente, en un armazón metálico del que penden dos o tres cadenas como de bicicleta, pero más gruesas, y abajo, casi en el suelo, una siniestra pesa plana y rectangular de cemento o piedra, no recuerdo.

Luego, ya, en las diversas veces que ha venido el monitor a preguntarme cuantas veces había repetido el ejercicio, le he dicho que sí, que bien: Todo correcto; ya he hecho los cuatro de dieciséis que me has dicho. Pero la realidad ha sido otra; distraído y absorto en el entorno, ya bien miraba a mi compañero de al lado (qué fuerte está el tío) o a alguna niña mona a la que, por su edad, tal vez no me “correspondía” mirar.  Total, que me he encontrado con que,  mentalmente, iba repitiendo por inercia, a la vez de hacer los ejercicios (ya fuera de cuentas): 92, 93, 94, 95… etc. Seguidamente he sentido un mareo y, preguntado si me encontraba bien, he dicho que no era nada.

    -¿Ya has acabado?  -me ha dicho de nuevo el monitor.

    Sí: -he contestado- seis de diez.

    Me han contado que, a continuación, me he desvanecido.





Este cuadro, por ejemplo, bien podría ser una sala de torturas (Díptico. Óleo sobre lienzo, técnica mixta. 220 X 197 cm. Sobre 2016).

lunes, 9 de septiembre de 2019


30 de enero, 2015

Ya no sé si hay retorno; ese retorno al mundo real que ya no soporto.

Cuando vengan todas las sombras del mundo –que vendrán- a visitarme, les saludaré cordialmente. ¿Qué otra cosa puede hacerse?

Ha habido, y seguirá habiendo, seguro, grandes momentos de luz en mis días, momentos difícilmente compartibles.  ¿Cómo puedo o podré olvidar esos días, a su lado, a tu lado, al lado de quién sea…? Sí, de quién sea, porque la vida sólo acaba con el último suspiro.

Tanta belleza, en esas inmensas tardes del mundo, sólo había que ordenarla (a veces puedo verlo), tal vez con una sonata, con un gran concierto de fondo, ordenado, sí, para que los sueños fuesen tomando acomodo y aposentarse éstos sin estridencias en el gran horizonte de mi memoria que todo lo ve, lo visualiza, disecciona, poetiza, deglute o dramatiza.

Esas tardes del mundo (mi mundo neo-lírico de rotundidades) que he vivido, no sé, quizá puedan habitar en algún sitio, en la ladera escarpada de esa sierra inverniza…

Ayer, anotaba, entre tantas cosas, algo así: 
¿Quién es o puede ser una excepción absolutamente válida?  Nadie, pienso.  Ni aquel pedante de allí.  Ni aquella o aquel majaderos de vuelo corto y larga pose…  Nadie, no conozco a nadie.
Lo digo y reitero, en un murmullo, leve, como siempre, in

Luego, más tarde, saldré de nuevo hacia el verso largo y el relato extenso de las calles y avenidas, esas calles por donde tu no irás, esas calles por donde tu no estarás; esas calles apartadas que yo recorreré hasta el fondo de sus sombras para traerte, sí, un rastro de sombra negra y virgen, y, tal vez, un gran pedazo (pequeño) de cielo envuelto de horas pasadas y venideros días inciertos.