martes, 24 de septiembre de 2019


Siempre he odiado los gimnasios, quizá sin saber por qué.  O eso creo. O eso creía.  Siempre los he visto como lugares cerrados destinados a sufrir y exhibirse un rato con mucho postureo.  Llevo dos días yendo a uno y la cosa no está tan mal como yo pensaba, ya que llevaba diez meses sin hacer deporte (en los circuitos del parque grande, al aire libre, al frío y al sol)  y, ahora, ya casi al límite, estaba con una inquietud que me subía por las paredes.

No obstante, los gimnasios son, cuando menos, lugares peculiares donde se puede observar mucho, aunque cada uno/una va a su historia con una disciplina que casi emociona: La bici estática, las cintas para correr, las espalderas y, un artilugio (no sé cómo se llama) para el desarrollo de los bíceps que, cuando he acabado, me ha dejado literalmente temblando los brazos.

Mientras observo a mis compañeros descubro, quizá por instinto, un nuevo artefacto (entre otros muchos…) que también parece propicio para la tortura.  Consiste, así mirado y explicado burdamente, en un armazón metálico del que penden dos o tres cadenas como de bicicleta, pero más gruesas, y abajo, casi en el suelo, una siniestra pesa plana y rectangular de cemento o piedra, no recuerdo.

Luego, ya, en las diversas veces que ha venido el monitor a preguntarme cuantas veces había repetido el ejercicio, le he dicho que sí, que bien: Todo correcto; ya he hecho los cuatro de dieciséis que me has dicho. Pero la realidad ha sido otra; distraído y absorto en el entorno, ya bien miraba a mi compañero de al lado (qué fuerte está el tío) o a alguna niña mona a la que, por su edad, tal vez no me “correspondía” mirar.  Total, que me he encontrado con que,  mentalmente, iba repitiendo por inercia, a la vez de hacer los ejercicios (ya fuera de cuentas): 92, 93, 94, 95… etc. Seguidamente he sentido un mareo y, preguntado si me encontraba bien, he dicho que no era nada.

    -¿Ya has acabado?  -me ha dicho de nuevo el monitor.

    Sí: -he contestado- seis de diez.

    Me han contado que, a continuación, me he desvanecido.





Este cuadro, por ejemplo, bien podría ser una sala de torturas (Díptico. Óleo sobre lienzo, técnica mixta. 220 X 197 cm. Sobre 2016).

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