domingo, 6 de octubre de 2019


Me encuentro con una amiga que es unos años mayor que yo.  Me alegro. Al poco de unos mutuos comentarios dispersos me habla de su ordenador, creo que de “mis documentos”,    que se le ha comido unos textos y ahora no los encuentra.  Todo esto me lo explica con profusión de detalles hasta que, casi sin darnos cuenta, resulta que hemos dado dos o tres vueltas a la misma manzana del barrio.  Para no parecer desagradable ni desatento le comento que mi ordenador, que es nuevo, también hace cosas raras y salen constantes “informaciones”, no solicitadas, y con pitidos y advertencias de que tengo seis virus… y que la cosa es grave y hay que solucionarla urgentemente. Todo esto con un lenguaje semitécnico/semi”colegui”.  Pero percibo, no sé por qué, que a pesar de ser educado con ella apenas me escucha.

A todo esto llegamos cerca de una cafetería/bar/restaurante en donde pretendo quedarme solo, aunque no lo digo directamente. Nos despedimos. La tarde es cálida, liviana, otoñal, obvia, con sus calles recién iluminadas que inauguran la noche, una vez más, entre bustos/pechos desmedidos, piernas increíblemente prolongadas y cabellos eternamente navegantes y navegables  (la erótica del cabello siempre me ha fascinado. Esto, creo que ya lo he anotado más de una vez).  En todo caso, y sea lo que fuere, la tarde, es una tarde-noche para amar, algo tan antiguo y sencillo como para amar y ser amado incondicionalmente hasta el amanecer y… mucho más allá del amanecer.

Entro en el café/bar/restaurante/etcétera, y, hay, en su interior, una relativa tranquilidad inesperada en todos los parroquianos que miran a un punto fijo como narcotizados. Me doy la vuelta y veo, a mis espaldas, un gran televisor en donde retransmiten  un partido de futbol.  Dudo, levemente, y decido sentarme.  Saco la libreta y la pluma y ahí las dejo, solas, a la intemperie de la mesa. Todo es confuso y tranquilo a la vez.  Elevo la cabeza y me pongo a mirar el televisor, que está con un volumen inusualmente bajo.  No sé quién juega, ni me interesa.  Al poco, de no ver ni escuchar el televisor, ya sé, remotamente, que he entrado en otro mundo, pero esta vez desde la indiferencia absoluta. Aunque no se cual.
 











Óleo y técnica mixta sobre lienzo (detalle). Conjunto  200 x 130 cm.
sobre 2015, aprox.

No hay comentarios:

Publicar un comentario