Hace
calor todavía. Un calor que presagia inminentes e inestables días venideros que
ya casi están aquí.
A
veces, por la mañana, cuando voy al gimnasio (¡gran innovación en mi vida, esto
del gimnasio!) a las nueve, ya siento
frío y resulta, que yo, quiero evitar a toda costa que regrese el “frío” a mi
interior. Pero todas estas mañanas –recién
estrenadas para mí- me traen rumores certeros de la dualidad rotunda de una
vida, de la múltiple drasticidad de los distintos compartimentos existenciales
en los que uno transita.
Salgo
a la calle, ya al atardecer, sin la idea y la esperanza de ver belleza y, mucho
menos poder acceder a ella por un momento. Rara vez me encuentro con alguien. No hace mucho todavía en que, periódicamente,
me encontraba con alguna remota amiga y, entonces, cruzábamos un intercambio de
palabras que, por regla general, siempre eran gratificantes. ¿He cambiado de registro –en poco tiempo- en
el modo de percibir la cotidianidad de la vida?
Rotundamente creo que no. Tal vez no he asumido, inconscientemente, esta
dejadez que me aleja del mundo de la pintura; esta autocensura que también me
aleja del universo de la lírica femenina; este no asumir -¡ni querer asumir!- que, como se dice por ahí “todo son etapas”
y, esta situación presente tal vez sea una nueva ventana que deberé asumir…
Pero
no. No asumo nada, absolutamente nada
que me prive, por ejemplo, del viento, del aliento profundo, de la mirada (¡ay,
la mirada!…), de la vida breve, muy breve, pero sí, de la vida
desgarradoramente intensa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario