miércoles, 2 de octubre de 2019




Hace calor todavía. Un calor que presagia inminentes e inestables días venideros que ya casi están aquí.

A veces, por la mañana, cuando voy al gimnasio (¡gran innovación en mi vida, esto del gimnasio!)  a las nueve, ya siento frío y resulta, que yo, quiero evitar a toda costa que regrese el “frío” a mi interior.  Pero todas estas mañanas –recién estrenadas para mí- me traen rumores certeros de la dualidad rotunda de una vida, de la múltiple drasticidad de los distintos compartimentos existenciales en los que uno transita.

Salgo a la calle, ya al atardecer, sin la idea y la esperanza de ver belleza y, mucho menos poder acceder a ella por un momento.  Rara vez me encuentro con alguien.  No hace mucho todavía en que, periódicamente, me encontraba con alguna remota amiga y, entonces, cruzábamos un intercambio de palabras que, por regla general, siempre eran gratificantes.  ¿He cambiado de registro –en poco tiempo- en el modo de percibir la cotidianidad de la vida?  Rotundamente creo que no. Tal vez no he asumido, inconscientemente, esta dejadez que me aleja del mundo de la pintura; esta autocensura que también me aleja del universo de la lírica femenina; este no asumir -¡ni querer asumir!-  que, como se dice por ahí “todo son etapas” y, esta situación presente tal vez sea una nueva ventana que deberé asumir…

Pero no.  No asumo nada, absolutamente nada que me prive, por ejemplo, del viento, del aliento profundo, de la mirada (¡ay, la mirada!…), de la vida breve, muy breve, pero sí, de la vida desgarradoramente intensa.

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