jueves, 10 de octubre de 2019




Hace un tiempo que no escuchaba música; quizá mucho, pero parece una eternidad.

Paseando por la gran avenida, la “avenida” Por antonomasia, he llegado a la plaza del centro de la ciudad, y allí estaba el piano; un piano tocado por un joven compositor de esta misma ciudad: José Craem.

Sólo pretendía pasear.  Sólo deseaba evadirme sin pensar en nada; eso, sí, dejar descansar el cerebro y dirigirme, como se dice, adónde las piernas me llevaran.  Pero éstas me han llevado frente al pianista, el cual se encontraba en plena actuación.  He quedado de inmediato absorto (a pesar de mi pertinaz escepticismo que, ya no cree en casi nada…), mirando sus manos, escuchando el prodigio de su inspiración aprendida y, viéndolo disfrutar como tal vez yo, en no muchas ocasiones, he gozando tanto de la propia pintura; bueno, tal vez fue en aquellos años gloriosos de los 90.  Sí, recuerdo no haber pisado tierra al menos, todo el verano del 94.  Qué lejano queda… Seguramente todas las ninfas urbanas, dignas de llamarse tales, estaban conmigo y asimilaban mis silencios y soledades agonizantes.
Hoy, en este momento, el piano sigue teniendo la fuerza y todo el lirismo que hemos conocido con los románticos; Chopin, Mozart, Schubert, Friedric, Mendelson, Liszt… etc. Luego, creo que pasé de estos clásicos mencionados a los pianos (a veces excesivamente edulcorados) de los compositores contemporáneos europeos y norteamericanos de la música de “la Nueva Era”. La primera vez que escuché a Enya, con piano, gaitas celto-irlandesas y más, fue en aquella época de principios de los 90.

Hoy, ahora, escucho este piano de José Craem, que creo que es muy bueno y, de nuevo, casi me hace soñar, con cierta dificultad; y me hace pensar en ti, siempre en ti, aunque no lo creas; y también, aunque lejanamente, en todas las ninfas/mujeres que he amado y –ay-, tal vez amaré…
¿Todavía?

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