lunes, 23 de diciembre de 2019





Qué peligro -¿si?-, que se me vaya la cabeza por otro camino.


Sí, mire usted, se me ha ido la cabeza, se me ha volado…

¿Cómo?  ¿Qué dónde la he dejado?  No sé. Tal vez por uno de esos barrios rurales,  o una de esas periferias urbanas donde todavía, allá en la primavera, y sobre sus campos, descubrí el mar, un mar distinto a todos.  Por primera vez vi un mar interior que ondulaba su superficie en todas las direcciones: esos campos de cereales, tan verdes, balanceados por el viento cuando despierta la tarde en un momento preciso que sólo el instinto conoce,  que sólo el instinto sabe que, eso, también es el mar y lo será para siempre.

Entonces, viendo el oleaje estremecido, la tarde quebrada y el viento inexplicable, presente en todas partes, rodeando el universo en ese instante con sus inmensas manos de cielo incoloro, entonces…  no, no deseo nunca más que vuelva mi cabeza y solo quiero…,  eso es, sí, soñar y bailar y marchar con la bicicleta flotando sobre esa cresta levemente embravecida de palabras y estrofas y cuentos, sonatas y latidos por todos los rincones y, donde en breves instantes se despedirá la tarde con un último quiebro de rojos desmayos,  sin estruendo, humildemente entre el cielo y la tierra.

Entonces… Entonces no, por favor, no me traigan mi cabeza con esos falsos correos que hablan de la vida, y, esconden tanta muerte de grises y negros sin fondo ni sentido, de roscones de nata y fiestas de guardar que, sí, así es: solo guardan en tedio en cajas de oro que habrá de llevarse la muerte, poco a poco, con ese sórdido silencio de la traición calculada y necia de la Vida.

No, mire usted, no me devuelvan, no me traigan mi cabeza (ya sé que voy sin ella),  esa que me han guardado con tanto mimo para devolvérmela impoluta, no, pues me he puesto el propio corazón a modo de gorro y cabeza y, ya no puedo ni quiero dejar de bailar en toda esta noche tan clara.  Y además, mire usted, se lo digo aunque es un secreto a voces, a gritos: He perdido incluso hasta el pudor y, éste, bueno, qué quiere que le diga…  tampoco ha de volver (espero).  Ya sé que fastidia un poco, ¡o mucho!, ver por ahí a alguien sin cabeza y disfrutando como si tal cosa, pero es la pura realidad, qué le vamos a hacer.  O, acaso, a usted, ¿se le ocurre algo mejor?

30. NOVIEMBRE, 2014.

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