EL ANACORETA
CUENTO-PARÁBOLA
Había una vez, a las afueras de una
ciudad mediana, un anacoreta que vivía en una oquedad escavada en los desmontes
que estaban cercanos a las últimas
construcciones urbanas de la ciudad y un bosquecillo de ribera junto al río
Iber.
Una mañana, que el anacoreta se
levantaba muy temprano, como todos los días, para orar y meditar, observó como
unos camiones, grandes excavadoras y
unos cuantos obreros perimetraban el suelo a la vez que comenzaban a realizar
unas zanjas lineales. El anacoreta, que
vivía en la más extrema austeridad, miraba perplejo aquel despliegue de
camiones y excavadoras que se producía entre el cinturón de la autopista, el
río y el bosquecillo de ribera. No
obstante <<la cosa no iba con él>>, pensaba, <<pues nunca se
había metido en política>>, y seguidamente se puso a meditar como era su
costumbre.
El anacoreta contaba, desde hacía un
tiempo, con las simpatías de algunos vecinos del barrio periférico más cercano
a su cueva, y también con mi propia simpatía, pues en más de una ocasión había
ido a visitarle a su retiro, ya al atardecer, cuando él salía a pasear por la
placida ribera del río. Incluso había
empezado a tener cierta popularidad, pues los periódicos, e incluso la
televisión local, lo habían entrevistado en sus medios en las estaciones del
año en que escaseaban las noticias, y, además, un anacoreta, en pleno siglo XXI
era siempre una noticia de interés para todos los públicos y, sobre todo, muy
liviana y nada comprometedora.
Otra mañana, también muy temprano, se
acercaron dos hombres con cascos de obreros hasta la oquedad o cueva del
anacoreta, y, sin más preámbulos, le dijeron que tenía que irse de allí porque
en un mes, como mucho, empezarían a excavar y allanar toda la zona, así que <<ya puedes ir aligerando>> y <<buscar
o hacerte otra cueva>>, le
comentaron entre risas y mordiscos a sus respectivos bocadillos.
En pocos días la popularidad del
anacoreta creció y creció porque, para los medios, seguía siendo una noticia
sin compromiso ideológico alguno y, porque unos vecinos, simpatizantes y
adeptos de su causa, lo veían como un iluminado apacible y sabio –en cierto
sentido lo era-, y por eso también se molestaron en defenderle y, lo que era
peor (aquí ya entraba en escena la
odiada política por los que siempre se declaran “apolíticos,” ¡pero que nunca
lo son!): en denunciar por los medios el
macro-pelotazo que, un poderoso constructor, quería realizar una gran
urbanización -donde en tiempos se había planeado hacer un parque público-, y todo esto con la complicidad del municipio,
que era del mismo partido político que el omnipotente constructor.
Una noche, cuando el anacoreta se
disponía a realizar su frugal cena, vinieron a visitarle unos seis o siete
jóvenes desconocidos, dos de ellos portaban banderas nacionales. Llamaron a gritos al anacoreta, que se
encontraba en el interior de su cueva.
El hombre salió precipitadamente.
<<¿Qué queréis, con esos gritos?>>, les preguntó con cierta
inquietud. -Tienes que irte de aquí en dos días -reían amenazadoramente blandiendo las
banderas-, si no te vamos a dar con
estos palos, ¿entiendes? Porque… tú,
serás patriota, ¿no? -El hombre,
asustado, no respondió-. Además, eres un
pobre miserable, un indigente, y no queremos a indigentes, y tus amigos son
unos mierdas, cobardes y miserables como tú, ¿o no, abuelo de mierda? -seguía diciéndole uno de ellos-. Por cierto, ¿sabes quién es éste? Este es el
hijo del constructor. Ya ves, que
importante que eres –reían todos- que ha venido a verte. Y yo, pues mira, yo soy su primo, y yo tengo
mucho aprecio por mi primo y mi tío, ¡entiendes! ¿No querrás cabrearme, eh…? ¿O crees que hemos venido hasta aquí, a estas
horas, a ver tu cara y la mierda en la que vives?
A decir verdad, el anacoreta tenía su
entorno incomprensiblemente limpio y su pequeña cueva muy ordenada y con unos
cuantos libros.
-Vamos a darle unos cuantos palos
antes de irnos, para que aprenda un poco, porque parece que no sabe hablar,
¿no? Y comenzaron a golpearle
salvajemente, pues además habían bebido un whisky de una marca cara y, eso,
parecía animarles mucho.
-Venga, dejadlo ya –dijo otro-. No os paséis tanto. Lo estáis matando… ¿No
veis que es un pobre miserable?
Por fin se fueron, riendo y cantando míticas
canciones de guerra de sus abuelos.
Pasaron unos días más, y, de una
forma que resulta extraña (pues el Pueblo no se moviliza por casi nada), creció la popularidad del anacoreta, ya que
también había, entre sus simpatizantes/admiradores, algunos neobudistas, o neohippies
con cierta cultura y sensibilidad.
El desenlace, como siempre ocurre con
todo, ya estaba próximo. Así que un día, a la hora de comer y, cuando nadie
transitaba por los caminos periféricos, vinieron cinco agentes antidisturbios
del Estado/Régimen. Llevaban sus porras en la mano y cascos en la cabeza. Uno de ellos dijo: <<!Bah¡, no es
necesario>> Envainaron sus porras
y, arrastrándolo brutalmente, pero sin ensañamiento, ya que el anacoreta no
parecía, ni de lejos, un activista antisistema/régimen, lo llevaron hasta el
interior del furgón policial. Una vez
dentro lo trasladaron a un campo, a unos treinta kilómetros de la ciudad, en
donde había un pueblo cercano.
<<Aquí podrás darte vida
-dijo uno de ellos-, pero si persistes en volver y esos revoltosos que
te apoyan se movilizan, te meterán en el trullo. ¿Entiendes? Alguno de tus amigos ya han tenido que pagar fuertes
multas, y dos de ellos están en la cárcel por alteración reincidente del orden
público. Venga, vámonos, que ya está bien con esto, y nos tomamos
unas birras>>.
El anacoreta, todavía lleno de
magulladuras por la visita de los Patriotas unos cuantos días antes, se quedó
gritando a la nada <<que nunca se había metido con nadie ni participado
en política>>. Y, esto último, seguramente, fue
lo que le salvó de la cárcel.
¿Queréis saber qué pasó con los terrenos adquiridos (a bajo
precio) por el poderoso constructor amigo del alcalde conservador? Pues pasó lo obvio: que se construyó una gran
urbanización… más periférica todavía que las demás, donde no hay servicios ni
escuelas cercanas; donde no hay nada y donde antes, como ya se ha dicho, estaba
proyectado un parque público. <<Pero
bueno, todo llegará –decían-, poco a poco, no hay que preocuparse ni ser
“revoltoso”>>. ¡Ah!, y los grandes
bloques de viviendas no se han llenado, ni mucho menos, porque en el autoproclamado mundo
“libre” y “democrático” hay un excedente de pisos sin vender que simplemente
aterra; excedentes de coches, tanques, aviones de combate y, excedentes de todo,
conviviendo al lado de la pobreza y precariedad: ese es, ese era el gran
desastre. Pero volvamos a lo que importa. ¿Cuál es el actual estado de los
inquilinos que fueron a vivir a los bloques?
Pues, sinceramente, es bastante prometedor: están contentos, sí. Algunos
tienen trabajo y grandes hipotecas, y otros, lo buscan desaforadamente. Por supuesto, no tienen tiempo de leer, qué
cosas, porque tienen niños pequeños, etcétera, pero sí están MUY INFORMADOS
porque ven mucha tele; mucha, y en la tele sólo se habla de lo bien que se vive,
aquí, en Occidente, y de lo malos que son los pueblos islámicos, y todos los
demás pueblos, y de las manifestaciones en Hong Kong; y cuando hay un atisbo de
crítica al sistema/régimen entonces sólo oyes, en todos los medios, canales,
calles, charlas, conversaciones o conferencias…
el mantra “democracia”. Y como dice, a veces, el propio sistema: Una
mentira repetida mil veces, se convierte en una “verdad”. Y así siempre, siempre, siempre…
Bueno, y por esos motivos y
otros muchos más que decía antes, los vecinos de los nuevos bloques fueron
felices y comieron perdices. Y el colofón: el nuevo alcalde conservador
prometió un nuevo campo de fútbol pagadero por un extraño sistema
público-privado; es decir, lo de siempre: las ganancias (exuberantes) para la
constructora privada y, la deuda para los ciudadanos… por lo que así aumentó,
todavía más, la felicidad en aquella urbe y…,
Colorín, colorado, este
cuento se ha acabado.
FIN
(Del anacoreta, lógicamente,
ya nada más se supo ni nadie se preocupó.
La ilusión por un nuevo campo de fútbol lo invadía todo; absolutamente
todo…)
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