sábado, 31 de agosto de 2019


   


Cuando cojo la pluma, le pongo el mecanismo automático y miro al cielo, o al techo, o al desván donde yacen todas las estrellas caídas, sin nombre, o donde vagan dispersos y desordenados      todos los nombres de las mujeres y diosas que he amado, o he creído amar alguna vez.

Pongo el automático y, la pluma va sola, libre, sin problemas de prisa ni solapadas autosuficiencias  de secretas vanidades.

Luego, hay un momento en que la pluma me roza levemente la mano para decirme que ya ha terminado.  Y le agradezco el gesto.  Le digo que todo está bien (sin haberlo leído), y sigo mirando el cielo, el techo o, las estrellas abandonadas que yacen en el desván, sin brillar desde hace años, ciegas, somnolientas, en permanente e inexorable proceso de extinción.

 15, abril, 2014

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