martes, 16 de julio de 2019

El mar me espera.  Nos espera… Rugir eterno de las olas creando una falsa percepción de atemporalidad.

Quise/queríamos descubrir el origen de casi todo (lo no terreno) en aquella remota adolescencia-juventud.  Y aquí estamos, incrédulos y confusos, casi resignados. Escuchando/dialogando/no dialogando con el mar sin entender nada, igual que ayer y lo mismo que mañana.

El mar, la playa, cientos de familias, miles de personas caminando sobre la arena para encontrar –tal vez- no se sabe qué mineralizaciones caídas del cielo.


Hay algo así como una cosmicidad de andar por casa; cosmicidad rural, urbana o de naturaleza totalmente ajena a nosotros. Pero poco a poco, como era previsible, ya vamos entendiendo el mensaje de no saber ni conocer nada de nada ni el porqué de todo aquello que no está a la vista y, sin embargo, intuimos que está ahí.

En fin: un verano más entre soles de mañana o de tarde, ráfagas transitorias de belleza por extensos paseos de palmeras sin saber por dónde ha venido ni adónde irá… porque, transcurridos ya unos años, y al igual que el mar, empieza a parecernos la misma belleza milenaria.

<<La Belleza Convulsa –decía un poeta- siempre es una mujer que acaba de cumplir diecisiete años>>.  Pero yo sigo confundiendo el mar con el amor, el cielo con el bosque y, así sucesivamente, etcétera.

Vamos: que sigo sin entender casi nada de nada a estas alturas de la copla, de la mala película, ya a mediados de otro mes de julio cualquiera.


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