25, mayo, 2019 (¿Dónde viven los poetas puros?)
Sábado de viento y luz implacable de mayo. Mayo se despide, una vez más, como si tal
cosa. Abril y mayo forman ese tandem casi perfecto que los planetas imaginarios de la lírica reclaman para sí. Pero los planetas –imaginarios o no- están distraídos, duermen la noche eterna de
la impiedad que practican hacia los poetas, los poetas puros, esos que mueren,
poco a poco, entre el silencio de los días y la marginalidad impúdica que
segregan las ciudades y campos en las tardes, cuando el crepúsculo se hace
música y pura metáfora de violín, piano, clavicémbalo, laúd y, también muerte,
mucha muerte dosificada e insondablemente cruel.
Mayo termina, sí, y no es el momento
de ponerse solemne porque, entre otras cosas, es una tontería y no sirve de
nada.
Mayo expira, perece, agoniza, sucumbe
ente la belleza eterna del floreado jardín improvisado de los cementerios.
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