martes, 18 de junio de 2019

NOTAS DE LA BODEGA

Mayo.  Hay un mes de mayo que se desliza ingenua y tontamente por el filo de las hojas doradas que han crecido en esta primavera.

Mayo espera, parpadea, se echa a andar.  Mayo mayea, se eleva y cae, solloza falsamente y al llegar la noche se esconde en un falso bosque donde nadie duerme, en donde yo no duermo ni quiero dormir; bosque apócrifo y provisional en donde tengo gran temor de dormir porque sé que mayo, al igual que abril, es muy vulnerable y pasado mañana ya no estará aquí.

En este mayo hay un viento anárquico e imprevisible que ciega ojos, hace volar hojas y levanta, inesperadamente, las más diversas faldas de  mujeres que pasean bajo la luz azul, luz de colores en donde, por un momento, parece que todo es posible, donde parece que todo nos envuelve por un tiempo que va a durar una vida, pero casi nada dura una vida, ni mil años (que no es nada), ni cuatro horas siquiera, que son como una leve siesta en primavera.

Mayo, como abril, es frágil, muy frágil.  Y quisiera estar casi siempre por sus calles, soportales, plazas y muros en donde habita, pero sé que al igual que abril, en cualquier momento y sin   darme cuenta se habrá marchado sin avisarme…


Todo es un sueño.  Abril y mayo son un sueño.  Yo quisiera que existieran realmente, pero son –quizás- una falsa percepción que, por más que lo intente, nunca acabo de alcanzar.

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