NOTAS DE LA BODEGA
Mayo.
Hay un mes de mayo que se desliza ingenua y tontamente por el filo de
las hojas doradas que han crecido en esta primavera.
Mayo espera, parpadea, se echa a
andar. Mayo mayea, se eleva y cae,
solloza falsamente y al llegar la noche se esconde en un falso bosque donde
nadie duerme, en donde yo no duermo ni quiero dormir; bosque apócrifo y
provisional en donde tengo gran temor de dormir porque sé que mayo, al igual
que abril, es muy vulnerable y pasado mañana ya no estará aquí.
En este mayo hay un viento anárquico
e imprevisible que ciega ojos, hace volar hojas y levanta, inesperadamente, las
más diversas faldas de mujeres que
pasean bajo la luz azul, luz de colores en donde, por un momento, parece que
todo es posible, donde parece que todo nos envuelve por un tiempo que va a
durar una vida, pero casi nada dura una vida, ni mil años (que no es nada), ni
cuatro horas siquiera, que son como una leve siesta en primavera.
Mayo, como abril, es frágil, muy
frágil. Y quisiera estar casi siempre
por sus calles, soportales, plazas y muros en donde habita, pero sé que al
igual que abril, en cualquier momento y sin
darme cuenta se habrá marchado sin avisarme…
Todo es un sueño. Abril y mayo son un sueño. Yo quisiera que existieran realmente, pero
son –quizás- una falsa percepción que, por más que lo intente, nunca acabo de
alcanzar.
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