En la
bodega, 18 de febrero, 2013
Llegará
la luz. No sé de dónde, pero llegará.
Los
domingos por la tarde hay una sempiterna soledad –histórica- de almas en pena
que, con toda seguridad, no conocen la deriva en el lento y trágico viaje hacia
la nada.
Las
obviedades constatadas no son un consuelo de nada ni para nadie.
Los espejos están -desde siempre- por todas partes, nos acechan, nos cercan,
nos hablan del tiempo en silencio, del mundo y su sordidez más extensa, de la historia de nuestra piel…, y del retorno.
A
veces, vemos en ellos reflejado un rostro que pudo o podía o quizá pudiera ser
un amor. Y entonces, si fuera así, sencillamente
podría morirse.
Es tan urgente –ya- morir de Vida, o de amor, que en el fondo (y
la superficie) es lo mismo.
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