sábado, 17 de noviembre de 2018

….Y llegarán los días cálidos, como otras veces.  Y no sabremos –no sabré- dónde esconderme.  Ahí van unas notas,  recuperadas, de 2011:     

 UNA AGONÍA DE AUSENCIAS            2  de Mayo de  2011
      

Una agonía de ausencias puebla las calles de la ciudad esta tarde, ya en plena primavera.
Y sé  que no es nuevo, pero al igual que cada día de nuestra existencia…  esta soledad también es distinta.
La ciudad huele a flores,  fermento de orines y angustia indeterminada.   He venido en el tren hace unas horas,  en el inicio de la tarde.    Hay una luz en desbandada  que anuncia el inminente comienzo de la noche.
Desearía…   Bueno, quisiera arrinconar el pensamiento por unos días, igual que cuando se guarda la ropa de invierno hasta la temporada siguiente, pero no creo que éste lo permita y me deje siquiera por un fin de semana o algo más,  así, solamente solo, deambulando por el limbo de las luces como perdido,  o por el reino de las palabras lentas,  sin eco ni zozobras.

Siempre se nos está yendo algo, querámoslo o no, y a su vez, siempre llega algo nuevo por otra  de las múltiples estancias de la vida.
Se va el día, sí, pero la primavera ha estallado salvajemente por todos los rincones, desbordada y exuberante hace tan sólo algo más de un mes.   Ya más de treinta días transcurridos de lujo, dispendio y esplendores múltiples.   Pero yo, salvo excepciones, ya sólo veo el inexorable tránsito de los días y el final de todo.   Quizá simplemente, me falta la belleza, así de sencillo;  o tal vez lo que falta es la luz que ilumina a la belleza, por eso no la veo…

Sabemos que todo es un producto del  instante, o   el “instante”.    Y  éste, muchas veces  -quizá muchísimas-  está en nuestras manos,  en nuestras decisiones inmediatas.  Pero a mí ya me falta, creo, o me parece creer, esa luz que iluminaba la belleza cada tarde, a cualquier hora y sin previo aviso,  con toda pompa y despilfarro…    Al final,  uno se acostumbra, y podía pensar que aquello siempre estaría allí  para deleite nuestro y elección gratuita: “Cinco kilos de belleza iluminada, por favor.  Sí, esta de aquí, que parece más  fresca, como recién cogida…”
Y así era.    Pero ahora, ya digo, falta la luz, y el mundo  -mi mundo- está en tinieblas y no quiero verlo, o no quiero saberlo.

Y las palabras, reiteradas hasta el mareo, se desvirtúan y pierden su contenido y su lustre original,  ese que era sin “pecado”  y sin “mancha”,  sin caducidad.   Eso creía, eso creíamos, aproximadamente;  muy aproximadamente, porque todo era difuso, sí, en la densa niebla de los días  y los ensueños…,  que todo ensueño es indescriptiblemente anticonvencional, por sencillo que éste sea…, o lo parezca.                  

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