28, ENERO, 2015
La
noche de las ciudades.
Las
ciudades en la noche…
Esa
ráfaga violácea y torneada de muslos que se elevan a lo alto. Esa oleada de
cabellos rizados al viento; esa pléyade de estrellas silentes que fenecerá
sobre el anonimato y el sigilo, la quietud, la violencia contenida o el caos
siempre magistral y secretamente ordenado del universo.
Las
ciudades en la noche, esa luminiscencia que cerrará o abrirá las ventanas de la
mañana una vez más; esas ventanas
cíclicas, estadísticas, que también habrá de cerrar el córvido vuelo de
la noche.
Han
puesto esta tarde-noche –una vez más- todas las avenidas y bulevares, así, tan
sólo para los invitados de las luces y múltiples decorados de fachadas,
monumentos e historia.
No
sabemos con precisión cuántos ni quienes somos los invitados, pero yo, en todo
caso, siempre lo fui y me he considerado un invitado numerario, todo un
clásico -y perdón por la inmodestia (no
se fíen ustedes nunca de los excesivamente “modestos”: pueden ser todo un peligro)-
sin el cual no podría dar comienzo el gran festejo de la urbe nocturna con sus
diosas, sus formas, elipses, contra-elipses y latidos que sólo hablan,
sabiamente, el idioma impenetrable de la luz dosificada.
(Ah,
y repito: no se fíen, sí, de esos modestos excesivos: son todo un peligro y
nunca se sabe por dónde te saldrán. ¡Qué miedo les tengo¡)
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