martes, 31 de julio de 2018

28, ENERO, 2015

La noche de las ciudades. 

Las ciudades en la noche…

Esa ráfaga violácea y torneada de muslos que se elevan a lo alto. Esa oleada de cabellos rizados al viento; esa pléyade de estrellas silentes que fenecerá sobre el anonimato y el sigilo, la quietud, la violencia contenida o el caos siempre magistral y secretamente ordenado del universo.

Las ciudades en la noche, esa luminiscencia que cerrará o abrirá las ventanas de la mañana una vez más; esas ventanas  cíclicas, estadísticas, que también habrá de cerrar el córvido vuelo de la noche.

Han puesto esta tarde-noche –una vez más- todas las avenidas y bulevares, así, tan sólo para los invitados de las luces y múltiples decorados de fachadas, monumentos e historia.

No sabemos con precisión cuántos ni quienes somos los invitados, pero yo, en todo caso, siempre lo fui y me he considerado un invitado numerario, todo un clásico  -y perdón por la inmodestia (no se fíen ustedes nunca de los excesivamente “modestos”: pueden ser todo un peligro)- sin el cual no podría dar comienzo el gran festejo de la urbe nocturna con sus diosas, sus formas, elipses, contra-elipses y latidos que sólo hablan, sabiamente, el idioma impenetrable de la luz dosificada.


(Ah, y repito: no se fíen, sí, de esos modestos excesivos: son todo un peligro y nunca se sabe por dónde te saldrán. ¡Qué miedo les tengo¡)

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