martes, 29 de mayo de 2018

10, mayo, 2018

Las manos fatigadas, las manos con heridas certeras, manos frágiles y huidizas que quisiera ignorar, pero,  ¿cómo ignorar la certera realidad física y agreste, concreta y explícita?

Hace tres días que las manos cedieron, cual fruta madura, a la acuosa pesantez del cuerpo mentalmente fatigado.  Sí: iba corriendo por el parque grande y, de pronto, el tropiezo con algo: una baldosa mal colocada y, seguidamente, el estruendo de todo el cuerpo aplastando mi mano izquierda.

Podría seguir banalizando lo que sólo es una drástica y simple caída y nada más; podría seguir hablando de lo cruento del peso de mi cuerpo lanzado sobre la desprotegida mano, pero veo el conjunto inmediato y natural de las dos manos, piadosamente ingenuas, ya levemente escamadas y escoradas hacia el tiempo implacable de los días sin ritmo y, entonces,  me sobrecoge su quietud.  Y quisiera pensar que esto que pienso no es así: que los días sí siguen teniendo ritmo y mis manos… aún pueden señalar, sentir, tocar, mirar sin sonrojo el perpetuo e ingenuo horizonte de un tiempo supuestamente detenido,  deseadamente detenido.



17, mayo, 2018

El misterioso secreto de las manos, la inercia sutil de un temblor que se ha domesticado dulcemente, levemente entre palabra y palabra, entre prosa y cielo, entre verso y café, entre estrofa y horizonte;  el viento eterno que ha forjado todos los cielos, todos los colores, todas las palabras y todos los textos.  Manos implorantes que sólo piden piedad dosificada, luz en las libretas, colores en el aire y, un poco de paz en las noches insomnes  donde el verso duerme bajo las sombras de la luna.

Ay, las manos, proyectando la vida con sus gestos, señalando sin pudor los ángeles apócrifos del cielo, mirando frontalmente el devenir existencial de los días sin futuro, cabalgando sin tregua sobre los horizontes reiterados, gastados, esos que han mirado mil veces con sus dedos ungidos por la sabiduría del tacto.

Las manos…, amadas, odiadas, paseantes, sedentarias, trabajadas, distinguidas.


Dame tu mano, en cualquier momento, a cualquier hora.  Dame tu mano, tú, sí, tú, antes que el viento de los años se lleve entre sus alas   todos los recuerdos y todos los presentes que hoy habitan nuestra extensa biografía.

En la foto: "El taladrador de cráneos" (o "El destructor del tiempo")

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