10, mayo, 2018
Las manos fatigadas, las manos con
heridas certeras, manos frágiles y huidizas que quisiera ignorar, pero, ¿cómo ignorar la certera realidad física y
agreste, concreta y explícita?
Hace tres días que las manos
cedieron, cual fruta madura, a la acuosa pesantez del cuerpo mentalmente
fatigado. Sí: iba corriendo por el
parque grande y, de pronto, el tropiezo con algo: una baldosa mal colocada y,
seguidamente, el estruendo de todo el cuerpo aplastando mi mano izquierda.
Podría seguir banalizando lo que sólo
es una drástica y simple caída y nada más; podría seguir hablando de lo cruento
del peso de mi cuerpo lanzado sobre la desprotegida mano, pero veo el conjunto
inmediato y natural de las dos manos, piadosamente ingenuas, ya levemente
escamadas y escoradas hacia el tiempo implacable de los días sin ritmo y,
entonces, me sobrecoge su quietud. Y quisiera pensar que esto que pienso no es
así: que los días sí siguen teniendo ritmo y mis manos… aún pueden señalar,
sentir, tocar, mirar sin sonrojo el perpetuo e ingenuo horizonte de un tiempo
supuestamente detenido, deseadamente
detenido.
17, mayo, 2018
El misterioso secreto de las manos,
la inercia sutil de un temblor que se ha domesticado dulcemente, levemente
entre palabra y palabra, entre prosa y cielo, entre verso y café, entre estrofa
y horizonte; el viento eterno que ha
forjado todos los cielos, todos los colores, todas las palabras y todos los
textos. Manos implorantes que sólo piden
piedad dosificada, luz en las libretas, colores en el aire y, un poco de paz en
las noches insomnes donde el verso
duerme bajo las sombras de la luna.
Ay, las manos, proyectando la vida
con sus gestos, señalando sin pudor los ángeles apócrifos del cielo, mirando
frontalmente el devenir existencial de los días sin futuro, cabalgando sin
tregua sobre los horizontes reiterados, gastados, esos que han mirado mil veces
con sus dedos ungidos por la sabiduría del tacto.
Las manos…, amadas, odiadas,
paseantes, sedentarias, trabajadas, distinguidas.
Dame tu mano, en cualquier momento, a
cualquier hora. Dame tu mano, tú, sí, tú,
antes que el viento de los años se lleve entre sus alas todos los recuerdos y todos los presentes
que hoy habitan nuestra extensa biografía.
En la foto: "El taladrador de cráneos" (o "El destructor del tiempo")
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