Serán
las secuelas del invierno, o tal vez del otoño, ya lejano; serán las
secuelas de aquellos días de lluvia o, quizá, de aquellos desolados o
impertinentes días de viento. Será,
serán, dios sabe qué implacables y absurdos acontecimientos que hoy pasan
factura indefectiblemente, para nada.
Romperé las facturas virtuales que le debo a la vida, o, tal vez ella me
debe a mí, no sé…, y no se lo reprocho en absoluto. Sí, eso va a ser: ella me debe a mí, pero, qué puede importar en pleno
vértigo del abismo, en pleno abismo del vértigo del mundo. <<¿De qué vértigo me habla usted a mí,
yo, portador de todos los miedos de este mundo vulgar… escandalosamente
vulgar?>>
He vivido la luz, y tú también: todos vivimos la luz y todos descendemos,
todos nos apeamos de ella porque, en puridad, no nos es posible soportar su
constante luminiscencia. He descendido
de la luz -tal vez expulsado- para acceder a la insondable y obligada y
cotidiana luz del universo.
<<Qué ha quedado, sí -reitero obsesiva y conscientemente-, después de la convulsa memoria, de los versos
pensados, de las prosas vividas, de la intensa e implacable luz de los campos
en la tarde…>>, etcétera,
etcétera.
¿Qué ha quedado, si es que quedó
algo?
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