13, abril, 2018
Qué ha quedado, después de la
convulsa memoria (lo que queda de ésta), de los versos pensados, de las prosas
vividas, de la luz intensa e implacable de los campos en la tarde; de la luz,
sí, esa que fue derramada -¿esterilmente?-
por todos los senderos de los días hondamente vividos…
Qué ha quedado de ti (¿quién eres tú, quién?: símbolo, viento, montaña, bosque, amor, amor,
amor…) tras ese horizonte imaginado que
incendiaba los sotos, las lindes, los pueblos y campos cada tarde, sí, mientras
yo imaginaba tu rostro -¿real, puntual,
tangible?- que, ya no era tu rostro,
sino todos los rostros: un rostro hecho
paisaje, horizonte, océano, ilimitado cielo, frondoso pensamiento…
Qué ha quedado de las horas
genéricas, los días, semanas, meses, sí, todo ese tiempo de una luz
indescriptible que, jamás os sabré adjetivar con acierto.
Qué ha quedado de mi rostro, rostro presente,
perplejo, indiferente, sombrío, mate, incoloro, tal vez desvaído, quizá
inmaterial, destruido para siempre, invisible ya por siempre.
3, abril, 2018
Algo así que, como por los Caminos de
Hierro de vía estrecha, que de pronto ha llegado abril.
Llegó abril. Ha llegado Abril. No sé cuál de los dos abriles ha llegado. ¿Cuál?: ¿Abril o abril; abril o Abril? ¿En cual de estos dos órdenes?
Una vez más, su cándida y sigilosa
llegada, me ha sorprendido. Pero,
¿llegarán también mayo y junio por los Caminos de Hierro de vía estrecha este
próximo verano? Temo al temor de decir
que me da miedo pensarlo. Me sobrecoge
el temor a tener miedo de nuevo.
El entorno de las carreteras está
espléndido. Los campos de cereales están
sublimes bajo el intenso azul del cielo eterno.
Yo, hoy, ahora (de momento…), sólo espero probar el primer pan caliente
de esos intensos cereales que, tal vez, sin saber por qué, evitan mi
mirada. O eso creo. O eso ignoro.
20, marzo, 2018.
Todos los vocablos han sido
oscurecidos por el tiempo, los pensamientos parados, las puertas abiertas del
gran teatro; sí, la inercia obscena por el escandaloso transcurso de las
horas. Todo el léxico, tan extenso, de
cualquier idioma se contrae, se estremece, se licua o, tal vez, desaparece
absorbido por los agujeros negros de nuestro cielo más inmediato y desastroso,
cielo desvencijado -ese nuestro- que no fue indemne al escalofrío perpetuo de
Cronos, sí, aquel que era amable en el primer estertor inaugural de los días y
sus luces, luz de viento, cereales en la tarde y cantos misteriosos en lo más
intrincado del soto. Todo era posible,
todo inminente, todo iba a llegar y, seguramente llegaría. Seguía viendo a las
ninfas y, éstas, simplemente por nombrarlas, existían, eran
<<evidentes>>.
Esta tarde, sobre las cinco y cuarto,
ha llegado la primavera, pero yo dudo de su presencia, de su paso leve, e,
incluso, de su mera existencia.
La primavera, como tantas cosas –terrible
obviedad-, es, en casi todo, un simple estado emocional.
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