lunes, 16 de abril de 2018

13, abril, 2018

Qué ha quedado, después de la convulsa memoria (lo que queda de ésta), de los versos pensados, de las prosas vividas, de la luz intensa e implacable de los campos en la tarde; de la luz, sí, esa que fue derramada  -¿esterilmente?- por todos los senderos de los días hondamente vividos…

Qué ha quedado de ti  (¿quién eres tú, quién?:  símbolo, viento, montaña, bosque, amor, amor, amor…)  tras ese horizonte imaginado que incendiaba los sotos, las lindes, los pueblos y campos cada tarde, sí, mientras yo imaginaba tu rostro  -¿real, puntual, tangible?-  que, ya no era tu rostro, sino todos los rostros:  un rostro hecho paisaje, horizonte, océano, ilimitado cielo, frondoso pensamiento…

Qué ha quedado de las horas genéricas, los días, semanas, meses, sí, todo ese tiempo de una luz indescriptible que, jamás os sabré adjetivar con acierto.

Qué ha  quedado de mi rostro, rostro presente, perplejo, indiferente, sombrío, mate, incoloro, tal vez desvaído, quizá inmaterial, destruido para siempre, invisible ya por siempre.


3, abril, 2018

Algo así que, como por los Caminos de Hierro de vía estrecha, que de pronto ha llegado abril.

Llegó abril.  Ha llegado Abril.  No sé cuál de los dos abriles ha llegado. ¿Cuál?:  ¿Abril o abril;  abril o Abril? ¿En cual de estos dos órdenes?

Una vez más, su cándida y sigilosa llegada, me ha sorprendido.  Pero, ¿llegarán también mayo y junio por los Caminos de Hierro de vía estrecha este próximo verano?   Temo al temor de decir que me da miedo pensarlo.  Me sobrecoge el temor a tener miedo de nuevo.







El entorno de las carreteras está espléndido.  Los campos de cereales están sublimes bajo el intenso azul del cielo eterno.  Yo, hoy, ahora (de momento…), sólo espero probar el primer pan caliente de esos intensos cereales que, tal vez, sin saber por qué, evitan mi mirada.  O eso creo. O eso ignoro.


20, marzo,   2018.

Todos los vocablos han sido oscurecidos por el tiempo, los pensamientos parados, las puertas abiertas del gran teatro; sí, la inercia obscena por el escandaloso transcurso de las horas.  Todo el léxico, tan extenso, de cualquier idioma se contrae, se estremece, se licua o, tal vez, desaparece absorbido por los agujeros negros de nuestro cielo más inmediato y desastroso, cielo desvencijado  -ese nuestro-  que no fue indemne al escalofrío perpetuo de Cronos, sí, aquel que era amable en el primer estertor inaugural de los días y sus luces, luz de viento, cereales en la tarde y cantos misteriosos en lo más intrincado del soto.  Todo era posible, todo inminente, todo iba a llegar y, seguramente llegaría. Seguía viendo a las ninfas y, éstas, simplemente por nombrarlas, existían, eran <<evidentes>>.

Esta tarde, sobre las cinco y cuarto, ha llegado la primavera, pero yo dudo de su presencia, de su paso leve, e, incluso, de su mera  existencia.


La primavera, como tantas cosas –terrible obviedad-, es, en casi todo, un simple estado emocional.

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