martes, 5 de diciembre de 2017

He venido del otro lado del mundo en dos segundos, y, puedo decirte, sin temor a exagerar, después de tan largo viaje existencial de años, que eres bella, que sigues siendo muy bella, mujer honda, insondablemente profunda, polifacética y de una percepción psicológica difícil de superar.  Esto, es una valoración en frío, por supuesto.

Vengo del otro lado del mundo a buscarte, a confirmarte que siempre te he amado, sí, en este pequeño/gran mundo doméstico, nuestro, tan dilatado, tan inabarcable. Tan extraño, moral y estético.


Procesiones profanas, sutilmente eróticas, de mujeres desfilando por anónimas avenidas y ciudades a través de los años, siglos, milenios…   No se puede, nadie puede abarcar tanto exceso y variada escenografía de belleza con que nos obsequia la vida intermitentemente.   La vida: nada; mera enmarcación de la teatralización de nuestros días.  Pero al final siempre estás tú; al final siempre tu mirada, honda, mirada que traspasa sin pretenderlo; mirada que refleja años y décadas de la mía. Y yo te agradezco –no siempre- el silencio, tu rostro de agua, tu mirada de fuente en el bosque matinal, tus muslos bien torneados que deseo –tal vez ahora mismo-  y no me atrevo a solicitar, a tocar furtivamente. Tus muslos, que son como tu alma, y viceversa.  Tu rostro, tu busto, tus piernas y la síntesis de tu cuerpo: un universo de mística virgen sin concesiones a cándidos convencionalismos.

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