12, mayo, 2017. LA CIUDAD
La ciudad. La ciudad; llevo la ciudad casi en el ADN, como se dice ahora, un poco
recurrentemente, tontamente, pero, en este caso tal vez resulta cierto.
Amo la ciudad. Hubiera deseado –lo he comentado más veces-
vivir en una ciudad más grande. Quizá en
una ciudad más grande también sueñas más…
Al menos esa sería la supuesta proporcionalidad, en la que creo.
El encuentro con la mujer anónima,
siempre asociada vagamente a la ciudad, es una posibilidad implícita,
previsible, real. Las ciudades son
fascinantes porque están llenas de mujeres, además de arquitectura, que tanto
me gusta. Cada mujer que nos mira y, a
su vez la miramos, sobrecogidos, siempre es (o hubiera sido) una posibilidad de
literatura virtual, de ensueños, de dolientes y transitorios desmayos de esos
que presentimos nos van a quitar la vida para siempre.
Y qué delicado y glorioso morir así,
sin ruido, con tácita aquiescencia, cuando no hay mañana, sólo presente, el
presente de las miradas en el que se desvanece el tiempo; todo el tiempo
desvanecido en unos instantes.
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