Decidme, dónde arribo los vocablos,
en qué playa vencida por el letargo del sueño dejo las palabras.
Decidme, si puede ser, en qué
abandonada estación me desprendo, con cautela, y también alivio, de esta prosa
que me lleva mar adentro por los surcos vírgenes del tiempo.
Decidme, si pudierais, qué nuevos vientos vendrán en esta noche a
liberarme de la dulce pasión de las palabras, ese instinto que me obliga a no
dejarlas, e incluso, siendo consciente que pueden matarme por la espalda
mientras duerma, mientras duerma soñando, sí, contigo, con quién sea, en una
noche fría y quieta, donde sólo se presienten los rumores que navegan sin prisa
entre las rocas del sendero, sorteando los troncos de has hayas, acariciando
quizá la corteza de los robles.
Decidme, sin reparos, bruscamente, si
puedo contar con vosotros en esa noche quieta, esa, donde el tiempo ha partido
a sus palacios estáticos este fin de semana para dejarme solo y abrirnos así,
de par en par, las puertas del gran salón que conducen a la alcoba del amor.
Decidme, aunque sólo sea, si es que
presentís igual que yo todo lo que intuyo en esta noche venidera. O mejor, no me digáis nada, pues voy hacia el
bosque, despacio, a comprobar si es así esto que pienso.
¿Quién de vosotr@s, puede venir conmigo en estas horas extensas?
24 de noviembre, 2014
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