martes, 7 de noviembre de 2017

A modo de introducción.
Próxima exposición: Centro de historias de Zaragoza. Del 16 de noviembre de 2017 al 8 de enero de 2018.

En estos años de intermitentes sombras aciagas, algunos, tal vez hemos perdido el verdadero tono crepuscular de los distintos escenarios de la ciudad, tan dilatados, asombrosos, espectrales, periféricos y sórdidos.

Luego, también los cientos de paseos por largas avenidas en las que se desintegraba el día en otros cientos de sensaciones físicas y mentales; retazos de luces disgregadas que ya no encajaban con la llegada de la noche y, después, ya no sabías dónde archivar aquellas secuencias tan hondas, quizá sobredimensionadas –todavía- por los estertores de los distintos crepúsculos repetidos hasta el vértigo, o hasta la gloria, o hasta el miedo, sí, porque el miedo teje su labor siniestra calladamente, en la noche, mientras el amor, quizá, tal vez…, nos abandona probablemente para siempre subido en una barcaza que acabará por encallar en el desolado puerto de cualquier avenida.

Aquellas periferias industriales obsoletas que, en poco más de dos décadas casi han desaparecido.  El inexplicable abandono de luces en la tarde, sombras presentidas, silencios que duelen e inquietan, inesperado crepitar de maderas antiguas, batir de alas y palomas en las alturas de las grandes naves abandonadas.

La ciudad descarnada, desnuda: erotismo que grita y calla para arder en un llanto de pasiones pretéritas y  -hay-  venideras.  (¿Venideras?)

Y el amor, casi siempre, retorna/retornaba a la ciudad por los postigos más desprotegidos de  extramuros, o en la quietud indiferente de los cementerios donde, alguna viuda, aún confusa y dubitativa, todavía no era consciente del desgarrado esplendor de su belleza.


Un día vino al gran teatro la ópera  Madama Butterfly.  Y allí, desde el palco, solo, tuve la lúcida percepción de que jamás abandonaría la ciudad.

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