A modo de introducción.
Próxima exposición: Centro de historias de Zaragoza.
Del 16 de noviembre de 2017 al 8 de enero de 2018.
En estos años
de intermitentes sombras aciagas, algunos, tal vez hemos perdido el verdadero
tono crepuscular de los distintos escenarios de la ciudad, tan dilatados,
asombrosos, espectrales, periféricos y sórdidos.
Luego, también
los cientos de paseos por largas avenidas en las que se desintegraba el día en
otros cientos de sensaciones físicas y mentales; retazos de luces disgregadas
que ya no encajaban con la llegada de la noche y, después, ya no sabías dónde
archivar aquellas secuencias tan hondas, quizá sobredimensionadas –todavía- por
los estertores de los distintos crepúsculos repetidos hasta el vértigo, o hasta
la gloria, o hasta el miedo, sí, porque el miedo teje su labor siniestra calladamente,
en la noche, mientras el amor, quizá, tal vez…, nos abandona probablemente para
siempre subido en una barcaza que acabará por encallar en el desolado puerto de
cualquier avenida.
La ciudad
descarnada, desnuda: erotismo que grita y calla para arder en un llanto de
pasiones pretéritas y -hay- venideras.
(¿Venideras?)
Y el amor,
casi siempre, retorna/retornaba a la ciudad por los postigos más desprotegidos
de extramuros, o en la quietud indiferente
de los cementerios donde, alguna viuda, aún confusa y dubitativa, todavía no
era consciente del desgarrado esplendor de su belleza.
Un día vino al
gran teatro la ópera Madama
Butterfly. Y allí, desde el palco, solo,
tuve la lúcida percepción de que jamás abandonaría la ciudad.
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