domingo, 2 de abril de 2017


31, marzo, 2017

Abril, abril, abril…

Qué abril es este que no reconozco.

¿Dónde estaban, dónde están las noches cegadoras, deslumbrantes, los minutos eternos, las horas como universos, los planetas llameantes, los sueños transmutados  súbitamente  en verdades absolutas?

Abril, abril, abril…; sólo deseo esa verdad, aquella única verdad en donde sólo cabían las pasiones más gloriosas, porque el amor (amor clásico) es la única pasión que nos mueve y remueve y conmueve, sí, hondamente, hasta hacernos configurar, con toda perfección, el gran y complejo edificio de nuestra vida, de nuestra biografía, de nuestro más íntimo ser.

Abril destruye y construye, sí.  Y en mí así fue: me construyó para luego destruirme, impúdicamente; como la rotación del mundo: inexorablemente.


Yo lo cuento.  Yo cuento abril… Abril ya llega: huracán de los dioses profanos, agnósticos, sagrados y malditos, como tantos escritores moribundos, como tantos artistas en las tinieblas movedizas del mundo.


Abril, amor, cíclica muerte o desmayo transitorio que retorna, sí, desde el abismo.

Abril, vida al límite de los sentidos.

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