31, marzo, 2017
Abril, abril, abril…
Qué abril es este que no reconozco.
¿Dónde estaban, dónde están las
noches cegadoras, deslumbrantes, los minutos eternos, las horas como universos,
los planetas llameantes, los sueños transmutados súbitamente
en verdades absolutas?
Abril, abril, abril…; sólo deseo esa
verdad, aquella única verdad en donde sólo cabían las pasiones más gloriosas,
porque el amor (amor clásico) es la
única pasión que nos mueve y remueve y conmueve, sí, hondamente, hasta hacernos
configurar, con toda perfección, el gran y complejo edificio de nuestra vida,
de nuestra biografía, de nuestro más íntimo ser.
Abril destruye y construye, sí. Y en mí así fue: me construyó para luego
destruirme, impúdicamente; como la rotación del mundo: inexorablemente.
Yo lo cuento. Yo cuento abril… Abril ya llega: huracán de
los dioses profanos, agnósticos, sagrados y malditos, como tantos escritores
moribundos, como tantos artistas en las tinieblas movedizas del mundo.
Abril, amor, cíclica muerte o desmayo
transitorio que retorna, sí, desde el abismo.
Abril, vida al límite de los
sentidos.
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