29,
noviembre, 2016
Aquí, solo, consciente y
deliberadamente solo. Sí, aquí. A veces veo los arcoíris del mundo, esos que
fueron reales y los que no lo fueron.
Elijo una soledad que muchas
veces casi llega a la sordidez, y, en ese momento (si es que lo capto) sé que
es el momento de irse, de retirarse, de irse a los aposentos de invierno y
noches desveladas en las que, casi sólo, duermen los muertos, o, aspirantes a
tales. Para ser un aspirante a muerto no
hace falta saberlo ni ser consciente, simplemente se requiere ir actuando como
tal y, al final, ¡zas!, conseguido: uno
es un muerto/vivo perfectamente muerto.
La única particularidad de este cadáver andante es que a veces,
conversa, mantiene reglas de urbanidad e incluso, se incentiva a sí mismo (con
gran esfuerzo por su parte) en ir de compras, en conversaciones que él –ya de
antemano- considera banales.
Con el tiempo, he ido conociendo
a auténticos cadáveres. Son cadáveres
verdaderamente muertos, aunque caminen y cuenten chistes. Pero el cadáver por antonomasia, el cadáver
de lujo (y digno de estudio psicológico-antropológico) sé perfectamente que soy
yo, intransferible, irrepetible,
riguroso y etcétera. En fin, un cadáver digno
de vivir en un buen panteón con vistas al mar…
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