domingo, 20 de noviembre de 2016

17,  noviembre, 2016

Tardes-noches dilatadas, inmensos cauces de luz y asfalto por donde viajo sin esperanza (ni falta que hace) de encontrar la próxima parada. 

Esos lechos secos de ríos    pretéritos o metafóricos que ya no esperan la llegada de las aguas; lechos estériles donde me baño algunas mañanas inconscientemente, sin darme cuenta, sin saberlo, o sin querer saberlo.  Lechos atemporales que sorbieron, quizás de un único trago, toda la desolación, todas las antiguas avenidas que trajeron el aluvión de los días, el gran aluvión caótico y al límite de los años en desbandada. 


También he viajado –quizás demasiado-  por los diáfanos cauces de los cielos; sí, de los cielos.  O eso creo.

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