Aquí, en esta bodega, de forma
ordenada y sin saberlo, inconscientemente, fue donde progresivamente fui
cambiando mis alas.
Antes de las que ahora llevo, yo
tenía unas muy ágiles, pero muy frágiles también; se fueron como deshilachando y, ya antes de
cambiarlas, instintivamente no me identificaba con ellas, sentía pudor, no sé,
algo extraño.
Estas de ahora son las que me
corresponden con la edad o, lo que quiera que sea, que vaya usted a saber… y
que me da igual.
¿Dónde me llevaron estas alas de hoy;
y las de ayer? No es fácil volver a
levantar el vuelo. Casi temo el salir de aquí más tarde. Breves historias han poblado el mármol de
esta mesa, hoy estática, temerosa; una
mesa temerosa: qué ridículo. Cuántas
letras salieron de aquí… ¿tantas? En
todo caso muchas. Sólo el presente
importa, y, aunque no importase, es lo que tenemos.
Hay una rubia impresionante con un
vestido negro, corto y sin mangas. Ella
sabe que está bien y de vez en cuando (tiene la amabilidad) me obsequia con su
mirada. Yo no quiero (no quisiera)
mirarla, pero la miro. Su marido, a
simple vista, me parece un tipo vulgar…
Para ella seguramente él será un tipo excepcional. Estamos en Abril. Es primavera y todo eso… Pero yo sólo quiero guardar mis alas nuevas y
dormir, dormir… dormir infinitamente. Desaparecer en lo blanco, quizá.
Abril, 2016
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