25, Octubre
Tenía el firme propósito de dejarme
el pensamiento en casa y salir así a la claridad otoñal de un pensamiento blanco, de un pensamiento vacío y por tanto puro, puro
de Nada; un pensamiento libre del pecado original de toda suspicacia,
melancolía o ansiedad. Pero resulta que,
cuando ya estaba en la calle, lo llevaba conmigo otra vez y sin saberlo, como
siempre, como casi siempre, y no me había desprendido de él ni lo había encerrado
previamente en una habitación bajo llave.
Así pues, que aquí estamos, en una de
las penúltimas terrazas de este final de octubre sombrío, indolente, incierto,
inseguro… imprevisible; aquí, tomándonos
unas cervezas los dos: una para “mi pensamiento” y otra para mí. Y claro, el/mi pensamiento se dispersa, se
distrae, y no toma ni un mínimo sorbo, así que soy yo quién al final se toma
las dos cervezas.
Pero lo tengo claro, la próxima vez
no le invitaré a nada, o, al menor descuido, le dejaré solo (y abstraído) en el primer café que vaya.
Hay compañías que si en un principio
(y también durante toda nuestra vida)
son y han sido de lujo, el
Pensamiento es una de ellas, pero, ya en un momento determinado de
nuestra existencia, lo que realmente deseamos es abandonarlas en la primera
esquina de la calle.
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