miércoles, 26 de octubre de 2016

25,  Octubre

Tenía el firme propósito de dejarme el pensamiento en casa y salir así a la claridad otoñal de un pensamiento blanco, de un pensamiento vacío y por tanto puro, puro de Nada; un pensamiento libre del  pecado original de toda suspicacia, melancolía o ansiedad.  Pero resulta que, cuando ya estaba en la calle, lo llevaba conmigo otra vez y sin saberlo, como siempre, como casi siempre, y no me había desprendido de él ni lo había encerrado previamente en una habitación bajo llave.

Así pues, que aquí estamos, en una de las penúltimas terrazas de este final de octubre sombrío, indolente, incierto, inseguro… imprevisible;  aquí, tomándonos unas cervezas los dos: una para “mi pensamiento” y otra para mí.  Y claro, el/mi pensamiento se dispersa, se distrae, y no toma ni un mínimo sorbo, así que soy yo quién al final se toma las dos cervezas.

Pero lo tengo claro, la próxima vez no le invitaré a nada, o, al menor descuido, le dejaré solo  (y abstraído) en el primer café que vaya.

Hay compañías que si en un principio (y también durante toda nuestra vida)  son y han sido de lujo, el  Pensamiento es una de ellas, pero, ya en un momento determinado de nuestra existencia, lo que realmente deseamos es abandonarlas en la primera esquina de la calle.


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