jueves, 15 de septiembre de 2016



6, septiembre, 2016

Queridos amigos (e incluso menos amigos… o lo que quiera que sea):  el verano se nos va, ya, una vez más, por la incontrolable e implacable puerta trasera que trae consigo los días breves, su luz menguada y sus calles quebradas e inestables plagadas de huellas de pasos que, casi todos ellos, irán a engrosar el verbo/verso  del aciago olvido.

El verano, aquel, éste de hoy, todos, jardín efímero, delicado y frágil por el que hemos transitado a placer y, como debe de ser: sin consciencia emocional de sus límites, con la pletórica intensidad que creímos conveniente, pero…  ¿cuál era, en todo caso, la intensidad “conveniente”?

El verano, sí, espléndida fuente de luz donde hemos acudido a beber casi puntualmente; donde nos hemos ungido de su liturgia agreste (y doblemente laica) cada mañana, sin saberlo, porque sí, porque simplemente era necesario y vital para la vida… a veces redundante, como ya veis.   Y así era, simplemente eso…, el resto sólo ha sido la breve novela anónima de nuestra biografía, aunque a veces queremos (y creemos) que debe ser gloriosa, simplemente por ser nuestra.  Y a veces, puede que lo sea, pero eso, nunca lo sabremos con absoluta certeza.  Y además no importa, no importa para nada.

La luz se va, y eso sí que es irreversible, aunque digan que cíclicamente retorna en primavera.
No sé…

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