martes, 23 de agosto de 2016





Luz de las mañanas frías de junio, julio, agosto…   Fríos que vienen por todas partes; vienen en silencio, con la luz incierta e intensa, la sombra densa de la tarde y la gélida temperatura estival de los 30 o 38 grados.  En las bodegas apartadas de la urbe, donde toman sus vermuts y donde yo, muchas veces, tecleo en la memoria versos o prosas que no llegarán al teclado del ordenador.  Y ni falta que hace.

Una atmósfera quieta, penumbras del mediodía entre conversaciones cruzadas.  Luz enésimamente ciega…  ¿Puede ser –a veces-  ciega la luz?  Es una constante pregunta en mis últimos años.  Cuando la luz nos llega agobiada, indolente, estéril, deslavazada y densa, es entonces cuando quizá sea algo parecido a una luz ciega y blanca que no nos transmite nuestra inmediata mirada, pero está allí –ay-, y lo sabemos…

La muerte (transitoria) de las palabras es algo que va erosionando el inconsciente de nuestra luz, y, un buen día, posiblemente antes de tiempo, las palabras, nuestras palabras, nos han abandonado en un ventoso desierto donde, no sé quién, dejó malintencionadamente las puertas abiertas.

25, junio, 2016

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