21, julio, 2016
Qué verano. No recuerdo nada igual.
Siempre se dice lo mismo, o parecido:
<<Como esto nada>> <<Esto ha sido lo más>>. Y así siempre, en y con los sempiternos giros
y repeticiones de días, temporadas, años…
Los automatismos de la prosa; el
vuelo leve y sutil de las palabras; el suspiro dubitativo y casi placentero en
las sombras improvisadas del estío. Qué guardan, qué dicen de nosotros todos
los tránsitos que no vimos venir… O
aquellos que vinieron, conscientes, abriéndose paso en la tarde vencida. ¿Qué nos contaban entre el dispendio y el
diálogo de luces y la inconmensurable sinfonía arrítmica del mediodía?
Veo o visualizo las riberas
metafóricas del mundo (mundo en minúsculas), o de los ríos cercanos porque, en
realidad, esas riberas líricas de juventud son todas las riberas del mundo, y
yo eso hace tiempo que lo sé, que lo aprendí
sin desear aprenderlo, y es por eso por lo que vivo -creo- en un mundo crecientemente genérico,
genérico y peligroso, porque muchas veces necesitamos con urgencia lo concreto,
lo tangible y singular, como todos, como cualquiera, y sobre todo para no
despeñarnos en las densas sombras matinales, con esa luz cegadora y, muchas
veces muerta; luz de un verano cualquiera, de un verano sin historia.
Mis dos cámaras para fotografiar el verano. Pintura, cera y accesorios sobre madera, 1999.
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