lunes, 18 de abril de 2016



 15, abril, 2016

Otra vez la luz exultante de abril.  Otra vez sus destellos deslumbrando pupilas claras, pupilas cansadas, pupilas fatigadas de tanta luz cíclica y reincidente. 

La luz es una sentencia incuestionable que nos anuncia –y nos afirma- que la vida sigue implacablemente, ajena a toda distorsión anímica e individual.
Otra vez, sí, la fatiga visual de ver transitar los cuerpos pletóricos, excesivos, mareados de curvas serpenteantes, elipses y contra-elipses.

Otra vez el cansancio instintivo y milenario de saber y conocer ese instante del tiempo que juega con nosotros para no decirnos nada.  La belleza marcha por calles y puentes, anárquica y desesperanzada, insultante y agresiva.   Amo la belleza (sin poder evitarlo) como amo el amor, pero nunca he digerido ese llegar en tromba, con el que nos trae todo, todo junto y a lo grande, sin restricciones, ese mes de abril implacable, anónimo y doliente (a veces…) para mí.  

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