15, abril, 2016
Otra vez la luz exultante de
abril. Otra vez sus destellos
deslumbrando pupilas claras, pupilas cansadas, pupilas fatigadas de tanta luz
cíclica y reincidente.
La luz es una sentencia
incuestionable que nos anuncia –y nos afirma- que la vida sigue
implacablemente, ajena a toda distorsión
anímica e individual.
Otra vez, sí, la fatiga visual de ver
transitar los cuerpos pletóricos, excesivos, mareados de curvas serpenteantes,
elipses y contra-elipses.
Otra vez el cansancio instintivo y
milenario de saber y conocer ese instante del tiempo que juega con nosotros
para no decirnos nada. La belleza marcha
por calles y puentes, anárquica y desesperanzada, insultante y agresiva. Amo la belleza (sin poder evitarlo) como amo
el amor, pero nunca he digerido ese llegar en tromba, con el que nos trae todo,
todo junto y a lo grande, sin restricciones, ese mes de abril implacable,
anónimo y doliente (a veces…) para mí.
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