18, abril, 2016
Es abril. Siempre amé abril.
Abril es una gran parte del universo.
Fue en abril, hace unos tres años,
cuando nos fugamos a China Wein Min-Li y yo.
Vivimos en la pequeña ciudad de King-Tuen año y medio aproximadamente.
¿Qué vivimos allí? Allí, sencillamente vivimos todas las
posibilidades y todas las formas del amor, y, tengo la satisfacción y la
consciencia de haberla llevado –literalmente- a otro mundo; un mundo de
ensueños vagarosos y nocturnos donde todo era posible. Pero el éxito inicial de nuestro amor, sobre
todo para mí, es que fue lento y dosificado, creciendo poco a poco… muy
contenidamente por mi; es decir: yo dirigía la
operación emocional sin saberlo, sin consciencia de ello. La amaba con locura, sí, pero mis “registros”
más juveniles y, sobre todo, formados éstos en tempranas y cándidas lecturas
postrománticas y un tanto trasnochadas, hacían que me hubiera acostumbrado a
retrasar, a demorar lo más posible nuestra unión completa; y claro, con esa
forma retardada y contenida, para sublimar aún más el amor, el “aquí te pillo”
y “aquí te mato” yo sé que no hubiera funcionado, al menos en mí, pues con toda
seguridad me hubiera bloqueado por completo.
La ruptura con Wein Min-Li era algo
anunciado, aunque yo no me daba cuenta.
Ella había descubierto el capitalismo en mi ciudad, como emigrante, y
ahora sólo daba prioridad al sonido de la caja registradora de sus negocios en
su ínfima ciudad del gran país asiático.
Solía decir yo –quizá para curarme en
salud- que no soportaba las cursilerías
blandengues y etcétera… Pero yo, aunque
a veces intentara disimularlo, siempre fui un postromántico más o menos
adaptado a los tiempos; un ser navegando por cielos inestables, a la intemperie
de las propias sensaciones y vivencias líricas… quizá hasta el final de los
días.
¿Fue así, realmente, mi amor de media
noche?
Hoy vivo, y no lo niego,
auténticamente aterrado. No sé si
aquella historia fue o ha sido la última gran historia vivida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario