martes, 19 de abril de 2016



18, abril,  2016

Es abril.  Siempre amé abril.

Abril es una gran parte del universo.
Fue en abril, hace unos tres años, cuando nos fugamos a China Wein Min-Li y yo.  Vivimos en la pequeña ciudad de King-Tuen año y medio aproximadamente.

¿Qué vivimos allí?  Allí, sencillamente vivimos todas las posibilidades y todas las formas del amor, y, tengo la satisfacción y la consciencia de haberla llevado –literalmente- a otro mundo; un mundo de ensueños vagarosos y nocturnos donde todo era posible.  Pero el éxito inicial de nuestro amor, sobre todo para mí, es que fue lento y dosificado, creciendo poco a poco… muy contenidamente por mi; es decir: yo dirigía la operación emocional sin saberlo, sin consciencia de ello.  La amaba con locura, sí, pero mis “registros” más juveniles y, sobre todo, formados éstos en tempranas y cándidas lecturas postrománticas y un tanto trasnochadas, hacían que me hubiera acostumbrado a retrasar, a demorar lo más posible nuestra unión completa; y claro, con esa forma retardada y contenida, para sublimar aún más el amor, el “aquí te pillo” y “aquí te mato” yo sé que no hubiera funcionado, al menos en mí, pues con toda seguridad me hubiera bloqueado por completo.

La ruptura con Wein Min-Li era algo anunciado, aunque yo no me daba cuenta.  Ella había descubierto el capitalismo en mi ciudad, como emigrante, y ahora sólo daba prioridad al sonido de la caja registradora de sus negocios en su ínfima ciudad del gran país asiático.

Solía decir yo –quizá para curarme en salud-  que no soportaba las cursilerías blandengues y etcétera…   Pero yo, aunque a veces intentara disimularlo, siempre fui un postromántico más o menos adaptado a los tiempos; un ser navegando por cielos inestables, a la intemperie de las propias sensaciones y vivencias líricas… quizá hasta el final de los días.
¿Fue así, realmente, mi amor de media noche?

Hoy vivo, y no lo niego, auténticamente aterrado.  No sé si aquella historia fue o ha sido la última gran historia vivida.

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