7, enero, 2016
Cuando
los días eran luz, y vértigo del ritmo y del tiempo, y yo no sabía nada, ni
quería saber de lo superfluo, porque casi todo lo era para mí, todo banal…

Cuando
ni las horas, ni el futuro, ni el dinero y, ni lo más aparentemente “importante”
importaba nada…
Cuando
los días, sí, eran luz implacable y gloriosa, y yo no sabía de dónde venía
aquella luz, aunque ahora sospecho que sólo procedía, o casi en su totalidad,
de mí prolífica fantasía.
Dime,
o dígame usted, y no me extenderé más: ¿De dónde viene y para qué sirve toda la
imaginación y fantasía de de este mundo? ¿Lo sabe usted? ¿Lo sabes tu?
Seguro
que no.
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