Todo tiene –tal vez- caducidad, pero todo retorna, cíclicamente, una y otra vez, en y con esa inexorabilidad que nos recuerda el tedio de la reiteración, de esa repetición de días y estaciones que, llegado un punto, en un mínimo análisis existencial, por burdo que sea éste, sabemos –y vemos- que casi es obscena la reiteración de la vida.
Ya, sin pretenderlo, voy desbrozando el laberíntico bosque de los días, semanas y años.
Sigo viendo la belleza, pero la belleza es un fulgor metafísico o –casi- religioso que dura una secuencia en la retina y el pensamiento. Aunque dura mucho más en el pensamiento.
Traen la luz de no sé dónde, y, quisiera pensar que la traen por encargo de grandes y misteriosas cavernas de luz en dónde la elaboran unas ninfas contemporáneas de esas que luego vemos en calles, las avenidas y los inesperados cafés.

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