martes, 26 de enero de 2016



26, enero
Ya casi finales de enero.  Todo en tropel desfilando impúdicamente ante los ojos: bellas y enésimas muchachas glorificando el serpenteo de la curva moldeable hasta la más sagrada mística.  Ejércitos de nubes en desbandada por los cielos, que no miro ni me interesa mirar.  Hay una inmensa luna llena, tal vez equivocada, errando por el firmamento y como buscando su sitio.

Hay un momento en el que sabemos, y descubrimos, que ya no nos basta con todo el desfile celeste y todo su lujo de escenografías cambiantes.  Hay un momento, en el que ya no nos basta con que una mujer hermosa se fije en nosotros, pues es necesario mucho más que “una mujer hermosa” para seguir, mentalmente, en el trapecio de la vida. Y se necesita que, además de hermosa, nos complete ella misma esa sabiduría sosegada que siempre le exigimos a la vida.  Las grandes pasiones existen, y yo las he vivido recientemente, pero hay un modo de pasión, intimista en el amor, lentificada, poco a poco, despacio y con delectación, que me hace y me ha hecho rechazar a aquellas mujeres “urgentes” que, tal vez por su urgencia, van a salto de mata por la vida y, tal vez pensando que “esa vida” es una acumulación de experiencias a destajo, urgentísimas, y que tienen que vivir a toda prisa.

A mí, no me interesan esas mujeres que queman etapas como quién quema un bosque improvisadamente por un simple capricho.

A mí, como siempre, sólo me interesan esas mujeres hondamente líricas, reflexivas y, tal vez, de refinado pensamiento y mirada escrutadora, lenta, incisiva, esas miradas que saben lo que ven y lo que desean ver o no ver en los demás, y, también, en su propia vida.
No es fácil encontrarlas. (Aunque yo tengo suerte y, hay veces que no me he enterado.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario