3, diciembre
Arrabales de la noche, calles
marginales del casco antiguo por donde la gente se olvidó de reír y soñar, o de ir con la cabeza dignamente
elevada.
En estos barios luce menos la luz
municipal y, sin embargo, están bien iluminados. La limpieza pública es esmerada y, sin
embargo, hay suciedad, siempre reciente, echada por algún o algunos vecinos
dispersos y espesos cuyo pensamiento quizá no recuerda el camino concreto hacia
la dignidad de su mirada, de su inmediatez.
Noches de domingo. No sé si la sordidez (de la tristeza) está e mí, o, es cierto el
ambiente que percibo, de asfixia, esos carruseles tristes con niños y padres
tristes que a veces intentan sonreír… y lo consiguen.
Puede que les llegue el dulce veneno
de la caridad navideña estos días a sus casas, pero la caridad nunca es futuro;
la caridad es un momento en el que el caritativo se siente pleno por su buena
acción, y el pobre que la recibe, pasa sin duda unos días mejores, efímeros, y,
sabiendo que no puede ni podrá pensar en el futuro porque, sencillamente, toda
esta buena gente que ya ha admitido –en su inconsciente- su marginalidad, no
tiene ni tendrá futuro alguno la inmensa mayoría de todos ellos.
Sospecho que, seguramente, también, a muchos de
ellos la limpieza de las calles les es indiferente… o casi un insulto.
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