10, diciembre
Qué miedo el retorno al dolor, la
ausencia, la tarde avanzada, ésa, cuando se hunde o traspasa la densa niebla de
la noche como una gran nave silenciosa y perdida entre arrecifes cercanos e
invisibles.
Qué miedo el retorno, el
imperceptible temblor, por nada, o por algo…
Dónde se produce la causa, o las
causas, en qué extraño laboratorio del pensamiento se distorsionan las neuronas
y se revelan.
Dónde la ausencia de un mínimo viento
que no llega, que no se decide a traspasar los miedos opacos, confusos y
tenebrosos del pensamiento.
En pocos días he visto dos veces, muy
cerca y a solas, a Wein Min Li. Sólo nos
hemos saludado. Ella no sabe nada,
absolutamente nada. No conoce (o algo si
que intuye, supongo) que ha sido, que
fue mi gran heroína por más de un año.
Al cruzarnos por la calle me sonríe,
y alguna vez aún se vuelve a mirarme.
Pero a mi me parece que no conoce, en toda su magnitud, las amplias
extensiones luminosas de los campos en las noches del noroeste de China.
Yo sí.
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