lunes, 30 de noviembre de 2015



22, noviembre.  PICHAS/PENES (y/o viceversa)

Iba por la calle, con esa cierta ausencia de emociones, sin rumbo.  En el trayecto he visto desde fuera el Café el Sol, que estaba cerrado.  Luego, ya por la Bodega Paricio, llena a reventar.  Ya hacia casa he recalado, sin haberlo previsto, en el “espléndido” café Sata Quiteria.  Este café, al que he venido más bien muy escasas veces, me da una cierta medida social por abajo y, por el centro bajo-inferior.  No obstante  -pensaba benevolentemente- todo puede ser dignificado, ensalzado, literaturizado.

Antes de irme, he contado el número de parroquianos a la hora del vermut, y los he contado como lo hago hace ya un tiempo en ciertos ambientes o situaciones que requieren síntesis urgentes para mi: catorce pichas (penes), sí, así es, catorce pichas dispersas y monologantes incluyendo la mía, que no monologa ni dialoga (aquí) con nadie.  
 Naturalmente, no escribo estas notas con la picha/pene (que sigue aterrada/do por un miedo abstracto), pues lo hago con la mano derecha y, dicho sea de paso, con cierta elegancia y circunspección también muy naturales, pero el recuento antes aludido, tan sórdido como drástico para mí, es real, lapidario y, desde hace un tiempo (¿Cuánto tiempo?) es, simplemente, contabilizar pichas y no clientes en ciertos locales.

Pero, siguiendo con el aparentemente absurdo monólogo diré, ya de paso que, hace sólo un par de días unas amigas que me preguntaron, al verme pasar por el Café la Republicana que adónde iba…  ¿Qué les dije? ¿Que qué les dije ya desde el sarcasmo indiferente, absurdo, groseramente surrealista?  <<Nada, chicas, que vamos cuatro pichas a tomar algo por ahí.  Bueno, que me alegra veros, pero las otras tres pichas me  están esperando ahí, en la calle y, ya sabéis, no me gusta hacer esperar a nadie…>>, etcétera.
A la salida, ya de regreso los cuatro, una tristeza estremecedora y nada nueva en mí: los eternos cuerpos gloriosos iban navegando, una vez más, por el gran río nocturno y urbano de las avenidas.  Yo, ya amnésico, había olvidado -¡obviamente!-   a mis tres amigos (las tres pichas) e iba ya, quizá, por el gran surco, o la pleamar, de la belleza eternamente femenina, genérica y universal.



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