22, noviembre.
Es noviembre, o diciembre, tal vez
octubre. Podría ser también septiembre,
no sé.
Hay una luz fría y un viento seco, de
interior, de tierra adentro, de meseta, o de valle amplio y desolado, valle que
transita desde hace siglos hacia el mar.
También puede que sea enero, un enero
de no sé qué año, pero no lo parece, ¿o es enero realmente, y nadie lo sabe?
Hay una luz alta, intensa pero
dubitativa, una luz casi marinera, tan lejos del mar como estamos aquí. Pero el mar puede verse, a veces, en los
amplios solares de los cielos fríos que van en desbandada cuando empujan los
encrespados oleajes de ese mar imaginario y lejano y, a pesar de todo, visible
en el pensamiento y firme en el ánimo.
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