19, septiembre, 1015
Me asomo al vacío de los
puentes. Veo el vacío, allí abajo, en
las arcadas de sillares que forman sus curvaturas.
Las aguas tal vez son eternas. Si lo fueran, también debería serlo el amor,
ése, el que pasa por nuestras vidas, por
todos nuestros más sencillos senderos de infancia, aquellos caminos que el
tiempo nunca iba a borrar y, mira por dónde: desaparecidos en tan sólo cuatro o
cinco meses.
¿Adónde dirigirse, adónde?
No deseo ver sus rostros, ningún
rostro, pues tal vez son el reflejo de mi rostro. No, no quiero ver a nadie, absolutamente a
nadie.
Quisiera que vaciasen la ciudad en un
instante, solamente para mí. Quisiera, tal vez, abstracciones imposibles y
absurdas.
Qué dolor y qué miradas más hondas,
las de esas miradas de las que debo huir
de cualquier manera, a cualquier precio.
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