viernes, 2 de octubre de 2015



19, septiembre, 1015

Me asomo al vacío de los puentes.  Veo el vacío, allí abajo, en las arcadas de sillares que forman sus curvaturas.

Las aguas tal vez son eternas.  Si lo fueran, también debería serlo el amor, ése, el que pasa  por nuestras vidas, por todos nuestros más sencillos senderos de infancia, aquellos caminos que el tiempo nunca iba  a borrar y, mira  por dónde: desaparecidos en tan sólo cuatro o cinco meses.

Veo el puente, sí, con todos sus vacíos, el agua eterna y triste allí abajo. La ciudad a mi espalda, con sus calles arrasadas de tedio y soledad.

¿Adónde dirigirse, adónde?

No deseo ver sus rostros, ningún rostro, pues tal vez son el reflejo de mi rostro.  No, no quiero ver a nadie, absolutamente a nadie.
Quisiera que vaciasen la ciudad en un instante, solamente para mí. Quisiera, tal vez, abstracciones imposibles y absurdas.
Qué dolor y qué miradas más hondas, las de esas miradas de las que debo huir  de cualquier manera, a cualquier precio.

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