jueves, 6 de agosto de 2015



6,  AGOSTO

Días de luz intensa, cegadora.

La luz traspasa las densas celosías enrejadas y barrocas que guardan nuestra alma, por así decirlo; nuestro yo; lo que sea.

La luz traspasa casi todo, pero a veces, con obstinación incomprensible, se niega a alumbrar a aquellos pensamientos que vagan por los hondos légamos heridos de dispersión, de zozobra y también, quizá, de luz inversa y mal entendida, desenfocada, a deshoras, a destiempo.

Busco la penumbra e, instintiva o casualmente, me  vienen a visitar las palabras sobre el mármol de la mesa.

Quizá la vida no sea tan aciaga como a veces la vemos.  Quizá la cotidianidad no sea tan groseramente vulgar como algunos la percibimos casi cronificadamente.  Quizá los días son, simplemente, los vinos litúrgicos tomados en las bodegas antiguas, como esta, y yo, después de un deporte que procuro –a veces- sea al límite, puede ser que sin consciencia plena de ello (uno es un inconsciente constante y pertinaz) participe de la comunión casi semanal e intercalada, bebiendo mi dosis de la sangre de Cristo.

Y Cristo desciende a la penumbra laica, humilde y honesta de mesas, sillas y rincones que ya pasan del siglo.  Pero la sangre pura y profana sonríe, se vierte alegre a sabiendas que, un siglo, es un simple juego, ridículo y ostentoso de lo que es el tiempo en realidad.

Pienso que, no sólo de la sangre se vive y, al poco, iré a comer el cuerpo vivo de unas rebanadas de pan con tomate, aceite y jamón.  Y esto sí que es honrar la memoria del <<redentor>>,  y no otras muchas mariconadas, con perdón.

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