6, AGOSTO
Días de luz intensa, cegadora.
La luz traspasa las densas celosías
enrejadas y barrocas que guardan nuestra alma, por así decirlo; nuestro yo; lo
que sea.
La luz traspasa casi todo, pero a
veces, con obstinación incomprensible, se niega a alumbrar a aquellos
pensamientos que vagan por los hondos légamos heridos de dispersión, de zozobra
y también, quizá, de luz inversa y mal entendida, desenfocada, a deshoras, a
destiempo.
Busco la penumbra e, instintiva o
casualmente, me vienen a visitar las
palabras sobre el mármol de la mesa.
Quizá la vida no sea tan aciaga como
a veces la vemos. Quizá la cotidianidad
no sea tan groseramente vulgar como algunos la percibimos casi cronificadamente. Quizá los días son, simplemente, los vinos
litúrgicos tomados en las bodegas antiguas, como esta, y yo, después de un
deporte que procuro –a veces- sea al límite, puede ser que sin consciencia
plena de ello (uno es un inconsciente constante y pertinaz) participe de la
comunión casi semanal e intercalada, bebiendo mi dosis de la sangre de Cristo.

Pienso que, no sólo de la sangre se
vive y, al poco, iré a comer el cuerpo vivo de unas rebanadas de pan con
tomate, aceite y jamón. Y esto sí que es
honrar la memoria del <<redentor>>,
y no otras muchas mariconadas, con perdón.
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