miércoles, 5 de agosto de 2015



4. AGOSTO

Catástrofes reiteradas por los cielos.  Sombras de las bodegas ciegas. Crímenes constantes y sutiles de la palabra o abortos clandestinos de la prosa a media noche.  Palabra instintiva y pertinaz que no declina y, verbo desordenado e ilegal, imprudente y obsceno de los sentidos.

He vagado por las tiendas de rebajas, sin fijar la vista en nada, sin mirar nada.  He bajado varias veces a los sótanos  del mundo y he entrado, furtivamente, a las trastiendas –sin ropa, vacías- del  cerebro, ése, el que organiza, omite, admite, reniega o glorifica, arbitraria y aleatoriamente,  los actos y decisiones más serios y sagrados.

Es el mismo verbo, con intención concreta, vital, plena y absoluta cuando se trata de salvar y glorificar nuestra alma laica en mitad camino directo y concreto a la vida, la nuestra: sentidos inmediatos que un básico y primario instinto de síntesis hace de filtro “salvador” para llevarnos a la luz… por un instante, unas horas, unos días o meses como mucho.

La luz es la gran metáfora del mundo que amamos, pasional e incondicionalmente, porque no tenemos otra cosa o, muy poco más.

Tú (sea quién fuere), que me das la luz, a rachas, a ráfagas de viento inexistente, ilumíname el mundo con tu propia luz y no permitas, no, en modo alguno, mi incredulidad, sea ésta la que fuere…  

Siempre hay alguien: tú, ella, aquellos, esos, quién sea…

Sí, que me iluminen el mundo, tan reducido y testimonial, una vez más.  Sí, vosotros, vosotras, traed una vez más las antorchas encendidas y urgentes a la gran fiesta absurda y metafísica de mi gran casa.   Mi gran casa se ha ido ensanchando en estos años y, hemos tirado consolas, muebles y libros obsoletos, pero hay, sin embargo,  una densidad insaciable que impide la llegada del aire, el acceso del viento y los pasos sin temor; los pasos, esos, por las amplias avenidas de siempre; sí, del cielo y de la tierra.

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