4. AGOSTO
Catástrofes reiteradas por los cielos. Sombras de las bodegas ciegas. Crímenes
constantes y sutiles de la palabra o abortos clandestinos de la prosa a media
noche. Palabra instintiva y pertinaz que
no declina y, verbo desordenado e ilegal, imprudente y obsceno de los sentidos.
He vagado por las tiendas de rebajas,
sin fijar la vista en nada, sin mirar nada.
He bajado varias veces a los sótanos
del mundo y he entrado, furtivamente, a las trastiendas –sin ropa,
vacías- del cerebro, ése, el que
organiza, omite, admite, reniega o glorifica, arbitraria y aleatoriamente, los actos y decisiones más serios y sagrados.
Es el mismo verbo, con intención
concreta, vital, plena y absoluta cuando se trata de salvar y glorificar
nuestra alma laica en mitad camino directo y concreto a la vida, la nuestra:
sentidos inmediatos que un básico y primario instinto de síntesis hace de
filtro “salvador” para llevarnos a la luz… por un instante, unas horas, unos
días o meses como mucho.
La luz es la gran metáfora del mundo
que amamos, pasional e incondicionalmente, porque no tenemos otra cosa o, muy
poco más.

Siempre hay alguien: tú, ella,
aquellos, esos, quién sea…
Sí, que me iluminen el mundo, tan
reducido y testimonial, una vez más. Sí,
vosotros, vosotras, traed una vez más las antorchas encendidas y urgentes a la
gran fiesta absurda y metafísica de mi gran casa. Mi gran casa se ha ido ensanchando en estos
años y, hemos tirado consolas, muebles y libros obsoletos, pero hay, sin
embargo, una densidad insaciable que
impide la llegada del aire, el acceso del viento y los pasos sin temor; los pasos,
esos, por las amplias avenidas de siempre; sí, del cielo y de la tierra.
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