16, AGOSTO, 2015
El gran mercado descansa, hoy, en la
tarde agónica y dominical.
Hace más de cien años en que
arribaron a sus sombras catedralicias, de un modernismo puro, estilizado y
elegante, todo un ejército (dosificado en los años) de atunes, merluzas,
pulpos, almejas… encurtidos y, la inmensidad de frutas y hortalizas que da el
Mediterráneo a sus gentes. (Por cierto, ¿de dónde es uno…: del Mediterráneo,
del Báltico, del Pacífico o de Siberia?)
Estoy frente al gran mercado, en una
terraza que llora, en la que llueve toda una agonía difícilmente encubierta,
así es, sí, igual que no se puede tapar el cielo con las manos. La noche de los días ha llegado al verano y,
el sol, habita en un país que, en todo caso, no me interesa para nada.
Mañana, o pasado mañana, iremos a
esos valles extraños, parados, a veces luminosos, de cielos descielados dónde
de vez en cuando, puede amanecer en plena e incipiente noche. Y yo, naturalmente, dejaré que amanezca –aún
intempestivamente- para abrazar a la
luz, o para abrazarle a ella, aunque ella no lo crea, aunque parezca una
impostura por mi parte, sin serlo, y así lo piense ella, de pensamiento tan
atemporalmente hondo y emboscado.
Llevo el destrozo y el dolor de los
años, de ese tiempo no asumido. No hay
verano que supla este atávico vacío que originan las ausencias.
En esos valles plagados de ordenados
viñedos, a veces, hay luces especiales que son las que estás esperando; las que
deseas con apremio.
La luz, lógicamente, también viene
acompañada de la palabra, de muchas palabras, lentas y densas, muy dilatadas,
con largas pausas; cuantas más palabras más luz, y viceversa. Palabras que volverán a dibujar –de nuevo, si
puede ser- el rictus sabio de su boca cuando expresa un pensamiento a través
del silencio y el gesto. El brillo
discreto de sus ojos cuando reinterpreta, sí, un enésimo pensamiento.
Mañana, abrirán el gran mercado con
todo su fragor cotidiano de colores y precios, de columnas y naves
catedralicias de la arquitectura destinada a la alimentación al pormenor.
Mañana, o pasado, estaremos cerca del
mar, en esos valles donde los viñedos sólo terminan al final de la colina y,
cuando llegas a ese final, sólo ves más viñedos y, en los días despejados, tal
vez puedes ver el mar. Y como regalo, también de vez en cuando, la Vida,
si es que pasa por ahí. Pero en realidad así es y así será, por allí
tendrá que estar, por allí habrá de pasar…
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