lunes, 13 de julio de 2015



 SEGUNDA PARTE


Siempre suele haber un señor <<muy comprometido>> que desea llevarse al huerto a la primera pardilla que recale en sus fauces cual cervatilla (me fascina la cursilería de <<cervatilla>>) asustada que, desea asustarse.  Es pura estadística y, claro, todo esto no tiene mayor relevancia.  Aunque, cualquier historia de estas, por muy genérica que sea, siempre es un poco chusca  y de registros muy parecidos:  Hombre interesante, que cultiva la imagen pero, sobre todo, sabe mover las teclas con asombrosa precisión en el momento oportuno (<<compromiso>>: ¡qué bueno esto!, literatura y múltiples escenografías), echa las tupidas redes a mujer candorosa que desea ser seducida con urgencia.  Algo poco original y, sí ya muy antiguo.


Otra forma (siempre es lo mismo): filósofo o pseudo-filósofo, cantautor o literato desea tirarse, con extremo apremio, a mujer  candidata y confusa (emocionalmente) para que ésta pueda así ahorrarse la abultada factura de un psicólogo, ¡que hay que ver lo caros que están los psicólogos, por dios!


-Pero, ¡y a mí qué me cuenta usted!,  -dice muy ofendida-.  A mí no me interesa el arte ni nada parecido, sólo lo inmediato; y menos aún la lírica reposada, esa que sólo navega en las aguas tranquilas y exclusivas de la pausada y sentida reflexión de las horas vividas… o por vivir.

 
Y resulta, mire usted por dónde, que la mujer que tiene apremios de existencia y narcisismo, además de sus encantos (que  conoce perfectamente) tampoco sabe muy bien, o más bien nada, qué es eso de <<la reflexión de las horas vividas>>>, pues ella, en general, reflexiona a salto de mata, y, ya sabemos todos aquellos ya empachados –¿quizá?- de exceso de reflexión que, a veces, el ir <<a salto de mata>> no es el mejor de los escenarios para recomponer la vida (cualquier vida), sino que por el contrario, así se vive muy mal; es decir: se vive simultáneamente, en el fondo y la superficie… cosa sumamente compleja.  
 Y, ¿por qué se vive mal?, dirá, dirán ustedes (y yo mismo…).  Pues porque sencillamente no se asimila nada o casi nada, y la INTENSIDAD DE LA VIDA  reside, precisamente, en lo contrario: en ser conscientes –también…- de asimilar, al menos, todo aquello que nos devuelve <<de nuevo>>  a todo ese inmediato mundo inabarcable de los <<cielos>> ganados con esfuerzo…


(Los cielos cultivados del ensueño, a veces, no siempre, son parte inexorable de los cielos vividos y deglutidos en la tierra; y porque estamos y somos de la tierra, irreversiblemente.  Hay, quizá, gloriosas y muy efímeras excepciones que nunca tendrán una ubicación concreta. Pero eso ya es otra historia…)


Etcétera.

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