miércoles, 24 de junio de 2015



21, JUNIO

Una noche sin respuesta ha cubierto las inmensas bóvedas del cielo.

Una gran sombra de soledades ha colapsado los extensos solares del pensamiento.

Con todo eso, también ha venido el frío, el frío de las palabras, el frío de la respiración, el frío de los pies, la incertidumbre de los pasos; ese limbo de pasillos por donde deambulan “los pasos perdidos” que caminan al cerebro y retornan al gran páramo helado en que se ha convertido esta segunda quincena de junio.

Ya no quisiera retornar, Wein Li, no quiero ningún retorno que conduzca a las vibrantes tensiones de la vida y sus provisionalidades imprevisibles, improbables.

Pero en el frío se vive mal.  En el frío no hay vida posible cuando éste es intenso, firme, mantenido.

Son los pasos los que dudan, los que temen, los que no avanzan, los que no afrontan un sencillo y despejado pasillo de parquet que, tras los muros, o la puerta, conduce a la gran avenida de moreras, esas moreras tan espléndidas y rebosantes de hojas y frutos, ahora, pasado ya el ecuador de junio.

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