21, JUNIO
Una noche sin respuesta ha cubierto
las inmensas bóvedas del cielo.
Una gran sombra de soledades ha
colapsado los extensos solares del pensamiento.
Con todo eso, también ha venido el
frío, el frío de las palabras, el frío de la respiración, el frío de los pies,
la incertidumbre de los pasos; ese limbo de pasillos por donde deambulan “los
pasos perdidos” que caminan al cerebro y retornan al gran páramo helado en que
se ha convertido esta segunda quincena de junio.

Pero en el frío se vive mal. En el frío no hay vida posible cuando éste es
intenso, firme, mantenido.
Son los pasos los que dudan, los que
temen, los que no avanzan, los que no afrontan un sencillo y despejado pasillo
de parquet que, tras los muros, o la puerta, conduce a la gran avenida de
moreras, esas moreras tan espléndidas y rebosantes de hojas y frutos, ahora,
pasado ya el ecuador de junio.
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