martes, 28 de abril de 2015



28, ABRIL,  Desde el café EASO.

Por fin apagaron todas las luces, con drasticidad y hasta con un punto de prepotencia.

Intuía yo que acabarían haciéndolo, pero no sospechaba que tan pronto, tan vehementemente, como quien se traslada de piso y desconecta el diferencial dejando a oscuras a un compañero de piso.


Sí, se apagaron las luces, sin explicación alguna y nula elegancia.


Ya no brillan  e iluminan las palabras, esas que tuvieron tanta fuerza, arrebatadas, casi gloriosas, como verdades puras e incuestionables, como todo lo sagrado, que no necesita de presentación, sino tan sólo de contemplación.


Entonces, sí, así era: las palabras formaban parte de la sagrada liturgia del amor, y ellas eran las diosas de ese templo equilibrado y luminoso construido de prosas, estrofas, monólogos o verso suelto y libre que, a veces, salía con el viento por alguna de las ventanas del templo para encaramarse allí, en lo alto de la luz, a la espera de la tarde, esas tardes que vinieron engalanadas con todo su lujo natural, sencillo, y que no era otra cosa que un segundo viento de ensueño previsible, practicable, realizable, nada imposible.


También la luz es mal educada y tiene malos modos… deliberadamente, sí, sin atenuantes.

El vacío sacral  de las palabras te vuelve ligero, ligero y extraviado.

Óleo sobre lienzo, 2014. 46 x 38 cm.




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