26, abril. Café
el SOL
Por la tarde,
recorro los grandes templos profanos y los inmensos templos renacentistas/barrocos
de la fe. Todos me gustan.
Pero antes, ha
habido un paseo matinal bajo la lluvia de abril, con paraguas clásico que fue
de mi padre y, una ansiedad constante que marca un latido arrítmico de una vida
individual y totalmente exenta, para colmo.
Una carpeta, una pluma y un poemario de Pedro Salinas que no leo (ya lo
leí hace muchos años) y, tener la consciencia que al menos, cerca e ochocientos
mil habitantes arropan la ciudad…, están ahí, por si acaso, por si todas las soledades de este mundo
vinieran para acosarme.
Hubiera deseado
vivir por la zona de Gran Vía de Madrid, pero me conformo con el historicismo
de las antiguas arterias de Caesaraugusta, sus cardos, decumanos , su foro y su
teatro. Y allí, a un paso de todo eso y mucho más, encuentro el gran Café el
Sol con sus espejos, sus amplísimas vitrinas con múltiples bebidas de todo
tipo, sus cerámicas levantinas, sus
pinturas murales del techo, sus sempiternos
ventiladores multiplicados y reflejados
en las amplias cristaleras que dan a la calle; múltiples tulipas y grandes
globos de luz al estilo Art Nouveau
¡Ay!, que el
amor nunca duerme y el pensamiento no descansa.
Un abril
tumultuoso y un verano imprevisible con cantos de sirena que quisiera cercanos,
en todo caso, para poder creerlos, creerlos sin dudar. Creerlos con toda la fe
de que soy capaz.
Cuánto amor,
cuánto orgullo o dignidad malentendida gravita siempre en muchas de las miradas
anónimas que miramos y que a su vez nos ven.
Algunos,
sabemos que no nos rendiremos fácilmente a la sordidez. Sabemos, quizá, que moriremos matando toda
supuesta secuela de tedio y todo resquicio de indignidad, pero no sabemos cómo
será ni cuándo lo haremos. Sabemos, en
todo caso, que somos vulnerables, muy vulnerables, extremadamente vulnerables a
la vida inmediata, la cual, en abril y mayo, sólo puede ser el amor por todo lo
grande y en toda su inmensidad. O así debería ser… tal vez…
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