16 de Abril, 2015 (Primera parte)
Días sin
rostro.
Quizá haya que
pasar… quizá esté uno obligado a transitar por el árido mundo en donde la vida
se ausenta de pronto y, poder así configurar de nuevo el rostro perdido.
Son días sin
rostro, días que duelen en el azul del cielo, días de ironías agonizantes y
sarcasmos de sangre interiores.
El rostro se
pierde –tal vez- porque el pensamiento, tan ordenado él, se desestabiliza,
pierde pie sobre un suelo repentinamente inestable y movedizo, casi siempre en
detrimento de la auténtica vida, pero,
¿sabe usted cual puede ser la auténtica vida? (¿Sabes tú cómo, y dónde,
y por qué puede haber algo así que se asemeje a una auténtica vida?). Yo, quizá, no
sé… modestamente creo saberlo. Y esa
“auténtica vida” es una vida sencilla (aparentemente), pero es una vida a la
que le pido casi todo; mejor dicho: se lo pido todo. Y ahora me estremece el pensar todo cuanto le
he exigido y le exijo cotidianamente.
Ciertamente, siempre fue mucho lo que le exigí a la vida: La culminación
de las pasiones hasta sus últimas consecuencias… ¡Casi nada!
Recuerdas,
Wein-Li… ¿recuerdas? Yo no lo he
olvidado. Nunca voy a olvidarlo.
¿Recuerdas
cómo transigió con nosotros la Vida cuando le pedimos desmontar las ventanas?
Luego, sí,
proseguimos con las puertas hasta no dejar una sola en toda la casa. Y la Vida seguía sin decir nada, era
complaciente y discreta con nosotros.
Debido a la
ausencia de puertas y ventanas podíamos escuchar por las noches el rumor del
viento en el bosque cercano a nuestra pequeña ciudad.
Pero lo mejor
era –cómo lo recuerdo- nuestra ausencia
de complejos por nuestra distancia con los registros vanguardistas
estético-literarios y estético-pictóricos, por lo que, con tal liberación, una
noche vimos por primera vez el reflejo de la luna en la tarima del suelo y,
entonces nos emocionamos hasta el llanto.
Pasaron unas
semanas en las que, cuando era cuarto creciente, ya veíamos como algo normal
ver en la tarima de nuestro cuarto el reflejo de Selene.
Hacíamos
pequeños descubrimientos sin cesar, descubrimientos tan elementales como cuando
los pobladores de la prehistoria observaban algo por primera vez.

Todo era
sencillo, plácido, natural, casi obvio y, algunas veces, teníamos la sensación
clarividente de que algunos instantes concretos del día eran ciertamente
sagrados. (...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario