10 de mayo, 1015. Viernes noche.
Qué miedo a que lleguen todas las
noches, así, acumuladas, sin tu nombre…
sin ningún nombre, callados los nombres, todos, todos los nombres confabulados
para rasgar el velo de los cielos con su silencio, en mi ausencia, así, de pronto,
en medio del más abrasador de los vacíos, en esa ardiente oscuridad que late y
voltea y vive y salta y muere para nada, sí, absolutamente para nada.
Qué miedo tu nombre (sea el que
fuere), que pavor estremecido pensar en el vacío futuro de un nombre…
Qué temblor venidero allá en el retorno
de todos los retornos.
Qué vertiginosa y sagrada esa cresta
arrumbada hacia el curso de los siglos por donde vagan las almas sin destino,
aquellas que se extraviaron en el caos del tedio (aceptado) y, las que hoy
habrán de perderse sin remedio y para siempre.
Qué miedo el último día, sin nada;
ese último día que habrá que anticipar a toda costa (uno ya está tardando
demasiado) para salvar lo que pueda quedar de la dignidad de la VIDA, si es que
aún le queda (me queda) un gesto exiguo de dignidad y pose, de drástico
realismo y la postrera ironía del último saludo, ése, tan grave, de la
despedida y cierre.
"Llegan las ninfas de la tarde" (detalle), óleo sobre lienzo, 2014. Dimensiones de la obra: 166 x 130 cm.
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