jueves, 8 de enero de 2015



8, ENERO.  Notas desde la antigua bodega.

El abrigo doblado, sobre la silla Tonet.

Doblo el abrigo, despacio, sin pensar en nada.  O si…

Ya no tengo dudas de que a veces soy varias personas distintas, según el entorno, circunstancia, instante p vivencia.

En aquella honestidad juvenil, esa que tanto nos proyecta su larga sombra casi hasta la madurez, no podíamos admitir la diversidad cambiante de la personalidad y, entonces, a esas múltiples dualidades le solíamos llamar hipocresía, falsedad o similar.

Hoy, cuando estoy en la más absoluta de las intimidades, sonrío sin reír, seguramente como usted, como tú.  ¿De qué vale la risa?  ¿Acaso es un consuelo seriamente/lúcidamente existencial?

Miro el forro de mi abrigo: brillos vináceos, rubís, secos, sin sulfitos ni hostias… (perdonen ustedes mi legua tan poco esnob y, para colmo, deliberada).  Y uno, yo, que no fuma, ni bebe –casi- ni hace exceso alguno (salvo el deporte y la eterna contemplación, ya litúrgica y sacralizada, del rostro y el cuerpo femenino; uno, ya digo, derrama simbólica y conscientemente unas  gotas de tinto crianza sobre el bello y fino forro del abrigo.

Muy serio, sonrío una vez más, interiormente. 

Uno de mis queridos abrigos ha sido bautizado secreta y simbólicamente en el ambiguo universo baconiano y mitológico del ensueño.

Miro el abrigo, antes de ponérmelo, y resulta, miren ustedes, que ha alegrado su rostro indefinido y refulgente, risueño y sin prejuicios.

Salgo a la calle, al viento helado de un enero glorioso como pocos…
¿Sonrío, canto, lloro; decae la Luna allí arriba y aumente la vida en   su limbo acotado y extraño?

Ni puta idea.  Y perdonen ustedes de nuevo.  Disculpen tanta, tantísima intencionalidad… de vida y,  sólo de vida, sí. (sí.)


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