LAS VACACIONES DEL TIEMPO. Viernes noche, 15 de enero.
Cómo no pensar en ella. Cómo no pesar…
Yo la veía, la imaginaba de pronto en
ese puente estrecho, de madera, ese que se eleva sobre el pequeño afluente que
desemboca en el gran río, allí en el parque.
¡Y hace tan poco, tan poco de todo esto!
Iba yo corriendo por allí, sobre las
tablas del puente, fuera del circuito habitual y, así era: en mitad del
esfuerzo yo elevaba la vista y, sí, estaba allí, era ella, que iba de excursión
con unos niños que se había traído a la ciudad.
Sí, allí, ella, frente a mí.
Y nos quedábamos mirando, nos
deteníamos en mitad del puente con una sonrisa inquieta y un gesto de incredulidad y escepticismo.
¿Hablábamos? ¿Nos saludábamos confusa y precipitadamente?
¿Quizá el Tiempo, a veces condescendiente,
se iba por unos instantes para que pudiésemos mirarnos sin prisa y, tal vez, en
aquel improvisado encuentro, los dos estábamos sumamente confusos de pudor?
Quizá el Tiempo lo sabía (el Tiempo
lo sabe todo), conocía la necesidad de dejarnos a solas, mirándonos
discretamente, como si nada…
¿Cómo si nada? No sé.
O tal vez “como si el Tiempo/no
Tiempo. O como si la Vida, como si la
nube que pasa discreta y solitaria y anónima.
O como si tú, así tan sólo,
suficiente y plena; universo entero, sí, en una sola mirada: mundo de todos los
mundos.
Tú.
Tú, de pronto. Quizá llegada por azar…
Y, si era así, o siendo así,
entonces, tal vez le dije:
-Bienvenida a mi universo poblado de
palabras y ensueños absurdos, vacíos y abismos.
Pero, ya que has venido, pasemos al salón y tomemos el negro café de la
noche encendida. Allí, aquí, los dos.
He hablado muchas veces de “las
vacaciones del Tiempo”, pero hoy, me han dicho que sí, que hoy es cierto, que
ha abandonado esta región tan sólo para dejarnos a solas, quizá para que
sigamos absortos en ese misterio de descubrir nuestras miradas recíprocas.
-No volverá el Tiempo, dicen,
mientras podamos descubrirnos en cada instante y en cada gesto.
¿Será verdad? Yo no lo sé.
Y tú, ¿qué crees? Aunque yo sólo
deseo creer lo que tú quieres que crea.
-El Tiempo no regresará, –me dices
muy segura.
-Muy bien. Pues que no vuelva si es ese su deseo.
Luego, salimos del salón en dirección
a la inmensa incertidumbre de la tarde.
Y la tarde, era una frágil pompa de jabón que se elevaba y se elevaba
sin rumbo ni destino.
-Yo no quiero saber el destino del
viaje, -tal vez me decías.
-Ni yo. Yo tampoco.
-¿Será esto la vida?, -murmurabas con
un hondo y súbito estremecimiento.
-No sé. Voy a ciegas, entre tanta luz, pero a ciegas
contigo.
-¿Si?
-sí.
Óleo sobre lienzo, 1992, 65 X 92 cm.
Óleo sobre lienzo, 1992, 65 X 92 cm.

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